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Por José M. Larrea
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Hace varios años, mientras revolvía una caja con libros usados en una perdida librería de Flores, me encontré con un ejemplar en rústica llamado El fondo del pozo. El autor, un tal Eduardo Abel Giménez, era un completo desconocido para mí. Sin embargo, decidí comprar el libro y pagar los ocho pesos para llevármelo a casa. Tengo que admitir que el diseño de la cubierta (que muestra un montón de escaleras circulares que dan a un precipicio y a dos soldados, uno de ellos patas para arriba, recorriéndolas) pudo más que el título llamativo, la sinopsis prometedora y el bajo precio. Una vez en casa, lo arrumbé en la biblioteca y me olvidé de él. Al menos hasta este momento, en que la gente de Sudor de tinta me pidió que escribiera un artículo para la sección «Volver a leer». De alguna forma les mentí, porque me puse a leer El fondo del pozo por primera vez, pero por otro lado el nombre de la sección se mantiene como promesa, ya que no dudo de que, en un futuro no muy lejano, voy a volver a leer este libro. Después de todo, lo vale.
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Ciencia ficción surrealista
El fondo del pozo nos cuenta la historia de tres compañeros oficinistas, Calibares, Gadma y Sabrasú, que viven y trabajan en una de las sucursales del Centro, en el plantea Varanira. De un día para el otro, la Computadora Central, por medio de un sorteo, saca a estos personajes de su trabajo y los convierte en exploradores, enviándolos al planeta Guirnalda, donde hay un extraño pozo del que hablan cientos de leyendas. Calibares, Gadma y Sabrasú viajan entonces a Guirnalda y bajan al pozo, dando comienzo a una desconcertante, y de alguna manera dantesca, historia.
Hasta acá el comienzo de la historia, un comienzo relativo, teniendo en cuenta que la escritura no es lineal y que el tiempo cronológico es tan inasible como el espacio de los escenarios.
El fondo del pozo es una novela de ciencia ficción, pero una novela especial. Un tinte surrealista tiñe la historia confundiendo a los personajes y, junto con ellos, al lector. Y es que en el interior del pozo, las causas y los efectos tienen sus propias reglas, que nunca se llegan a conocer: se sube a la cima de la montaña para llegar a la boca del pozo y se baja por ella para salir a la cima de la montaña; se recorren pasillos para dar a más pasillos que dan a más pasillos que dan a una habitación que da a más pasillos; se explica un acontecimiento con un argumento que pronto encuentra un contra-argumento que explica el acontecimiento de otra manera; el mismo camino se les presenta a cada uno de los protagonistas de tamaños y formas distintas, con presencias vivas también distintas. Todo en el pozo es incertidumbre, superposición y relativismo. Tanto que incluso se llega a afirmar:
"–Claro que es absurdo. Pero eso no quita que sea la verdad."[1]
Verdad y verosimilitud, dos cuestiones que en esta novela no van de la mano.
En este ambiente, sumergidos en esta lógica ilógica, Calibares, Sabrasú y Gadma tienen que explorar el pozo. Lo que van descubriendo y lo que tengan que ir sorteando me lo reservo, para no empañar la lectura de los que quieran leer la novela. Lo que sí me gustaría destacar es la naturaleza de los personajes, que, habiendo sido concebidos en la década del 80, son un anticipo de la sociedad informatizada actual.
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Y profecía, también
Gadma, Calibares y Sabrasú tienen una particularidad que los distingue del resto de sus compañeros: piensan juntos y, por ende, son juntos. Esto se puede ver en la forma en que hablan: o hablan al unísono o uno de ellos empieza una frase, otro la continúa y el tercero la termina. Como ejemplo, podríamos citar:
–El Centro –dijo Gadma.
–Debió informarnos –siguió Calibares.
–Que no somos los únicos –terminó Sabrasú. (pp. 35-36)
Además, nunca utilizan la primera persona del singular, por ser inexistente para ellos:
–¿Por qué no usan nunca la palabra “yo”?
Esta vez la respuesta era fácil.
–Porque no somos un yo –dijimos–, sino un nosotros. (p. 166)
Esto, a su vez, afecta a la narración, que presenta a un narrador en primera persona que nunca es identificado. Y está bien que así sea, dado que el narrador es uno de ellos tres y, también, ellos tres.
Por otra parte, y con esto termino, es interesante ver cómo los personajes se refieren a esta manera de pensar: según ellos, cuando piensan juntos están conectados y cuando piensan por separado (por algún acontecimiento externo que los conmociona) están desconectados. Basta ver que la novela se publicó en 1985 para quedarse consternado. De alguna manera, El fondo del pozo se anticipó más de veinte años y nos habla directamente a nosotros, a nuestra realidad, en la que las comunidades y redes sociales tienen como idealidad una pertenencia común y un pensamiento compartido. Y si se tiene en cuenta que la habilidad de Sabrasú, Calibares y Gadma fue adquirida (al menos en teoría, ya que nada en esta novela es pasible de ser afirmado) por medio de la manipulación de una máquina, entonces da más que pensar. Este solo hecho justifica que se saque a esta novela del olvido en que está confinada. Y si le sumamos que es entretenida y está buena, tanto mejor.
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[1] Giménez, Eduardo Abel. El fondo del pozo. Buenos Aires, Minotauro, 1985, p. 188. A continuación, las citas se harán según esta edición.
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Eduardo Abel Giménez nació en Buenos Aires en 1954. Ha publicado cuentos y artículos en revistas argentinas y españolas. Su primera novela, Un paseo por Camarjali, obtuvo el premio Más Allá 1984. También es músico y jefe de redacción de una revista de juegos.
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SU CUENT0 ES EXSELENTE ME ENCANTA
ResponderEliminarconde es su residencia actual :?¿ gracia conteste por fabor
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