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Por Lucas Berruezo
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LA VERSIÓN DE LOS MALDITOS
LA VERSIÓN DE LOS MALDITOS
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Un pie que pisa fuerte
La relevancia de Martín Kohan en la literatura argentina contemporánea es indiscutible. Su distinción, en 2007, con el Premio Herralde de Novela por Ciencias Morales nos permite pensar que su presencia internacional en las letras también es un hecho. ¿Pero acaso esto nos dice algo? Por supuesto que no. Los premios, en general (y en particular), no dicen nada. Esto explicaría que Borges haya sido premiado recién al final de su vida y que muchos de los premios nobel de literatura son poco o nada leídos. En todo caso, hay que aprovechar la oleada de publicaciones que siguen a los premios y juzgar por nosotros mismos la calidad del autor y de su obra.
¿Y qué hay de Martín Kohan?
En mi opinión, Kohan es un autor que vale la pena. En este caso voy a hablar de Cuentas pendientes (2010), su última novela.
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Protagonistas decadentes
Cuentas pendientes nos pone en escena a dos protagonistas correlativos: Giménez, un anciano de casi ochenta años, que se sumerge en el hastío y la decrepitud, y el Dueño, un joven escritor y profesor de castellano que, aunque todavía joven, no es un ejemplo de felicidad y armonía. Ambos personajes están unidos por las cuentas pendientes de Giménez, que vive en un departamento que le alquila el Dueño (de ahí su nombre), al que, por otra parte, hace meses que no le paga. Giménez y el Dueño son correlativos porque a cada uno le corresponde un momento cronológico de la novela y un registro en particular. De cualquier manera, ambos personajes nos dan, cada uno a su modo, un retrato de la decadencia propia del hombre de Buenos Aires y un perfil de lo que, de forma burda, se podría llamar antihéroes.
Giménez es el protagonista de las tres cuartas partes de la novela y es el personaje en que más profundiza la narración. Rozando los ochenta años, su vida se debate entre la voluntad de ser y la búsqueda de un final que lo sustraiga de toda aquella ignominia que es la vejez. Así, lo vemos buscar con ahínco una prostituta que le permita tener una erección y gozar del placer sexual que en todo momento le es negado; lo vemos rechazar con asco la vejez de su ex esposa y de su ex suegra y excitarse con la postración de esta última en un claro ejemplo de la erotización del poder; lo vemos, en fin, en una errática peregrinación por los resquicios más despreciables de la naturaleza humana cuando se encuentra en su etapa de declive, algo así como en un via crucis senil, en donde la búsqueda de sentido se traduce en una vocación por perder el tiempo entre quejas y maldiciones.
El Dueño, por el contrario, es joven y se encuentra atravesando un momento de relativo éxito en su carrera de escritor. Concede entrevistas y lo invitan a programas de televisión. Pero no por eso es más venturoso que Giménez. De hecho, a diferencia de él ni siquiera tiene nombre, por lo que su persona está vaciada de identidad. Todo lo que sabemos de él es lo que él mismo dice y cuenta. Sus diálogos no son más que una patética demostración de saberes, saberes que a nadie le importa y lo dejan solo y aislado. La relación con su esposa es asimétrica, tan asimétrica como la que tiene con Giménez, o incluso más, ya que al menos con éste dialoga. Y para colmo, la noche le niega el sueño, último refugio de los desdichados, y lo obliga a quedarse solo con sus pensamientos, única compañía de un escritor.
Lo atractivo de la novela de Kohan (o de las novelas de Kohan, podríamos decir) no es la historia en sí, el argumento, sino lo que nos permiten pensar los personajes, el mundo contradictorio y oscuro que nos abren desde su interioridad. No son héroes, y jamás podrían serlo, porque ninguna persona lo es. El personaje de Giménez, en su decadencia y decrepitud, permite llevar esto hasta el extremo, dándole voz y entidad a lo que, en la vida cotidiana, estaría censurado. Poniendo en escena, ni más ni menos, que la versión de los malditos.
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La versión de los malditos
La literatura, a veces, pone a la vista lo que de otra forma permanecería oculto. Raymond Williams decía, a través de la categoría de «estructura del sentimiento», que la literatura permite configurar lo que todavía no está configurado, que permite ver lo que todavía no ha aparecido. De la misma forma, la literatura permite ver lo que, por decisión oficial (ya sea política o de cualquier otra naturaleza, como moral o histórica), está negado al discurso. La censura, en este caso, está inerme. Por esto, es interesante ver el pensamiento que se agazapa en el personaje de Giménez.
La ideología que promulga y a la que adhiere Giménez va en contra de la versión oficial de la historia que se puede ver en los discursos políticos (sean del partido que fuesen), en el periodismo o en cualquier programa de televisión. Por un lado, la hija de Giménez, Inesita, es hija de desaparecidos, apropiada ilegalmente por Giménez y su esposa gracias a la ayuda y la intervención del coronel Vilanova. Por otro, este hecho no es visto como algo criminal, sino como un acto de bien que es mal comprendido por la estupidez de la sociedad actual:
"Fijate, Lito, qué cosa, le dice Vilanova a Giménez (…). El aborto les parece bien: asesinar a bebitos indefensos. Pero salvar a otros bebitos, rescatarlos y ponerlos en manos de alguna buena familia que los cuide y que los quiera, ¡todo eso les parece mal! De los fetos asfixiados y tirados a la basura no dicen ni mu. Y en cambio no paran de romper los quinotos con los bebitos que dicen que son suyos. Bebitos cuidados y educados por tantas familias de bien." [1]
La voz del militar resentido tiene acá su lugar para expresarse. No vamos a cometer la locura y la estupidez de pensar que Kohan es un milico encubierto que tiene como misión esparcir la ideología fascista en la Argentina y en el resto del mundo. Claro que no. Lo que sí es Kohan es un buen escritor, que deja que sus personajes hablen. Y sus personajes hablan, claro. Hablan de historia, de las Madres de Plaza de Mayo, de los nietos recuperados, de la inseguridad actual, de sexo, de la enfermedad, de la vejez, de la muerte… Los personajes hablan, y del lector depende escucharlos. No es una tarea fácil, ya que muchas veces dicen cosas que nos ponen incómodos, pero la riqueza se encuentra en esa incomodidad. El discurso de los personajes es incómodo porque dicen lo que no estamos acostumbrados a escuchar en la vida cotidiana (y agregaría, en otros libros y novelas). La riqueza de la literatura de Kohan está en ese espacio que ningún otro escritor se anima a ocupar, por miedo a ser malentendido; está en darle la voz, y sin juzgar, a personajes que ningún otro escritor dejaría hablar; está en decir cosas sin decirlas, en la alusión perfecta en estado puro. Aclaremos que esto no es nuevo, y que Kohan lo viene trabajando desde novelas como Los cautivos, Dos veces junio y Ciencias morales, por nombrar sólo algunas.
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Un pie que pisa fuerte
La relevancia de Martín Kohan en la literatura argentina contemporánea es indiscutible. Su distinción, en 2007, con el Premio Herralde de Novela por Ciencias Morales nos permite pensar que su presencia internacional en las letras también es un hecho. ¿Pero acaso esto nos dice algo? Por supuesto que no. Los premios, en general (y en particular), no dicen nada. Esto explicaría que Borges haya sido premiado recién al final de su vida y que muchos de los premios nobel de literatura son poco o nada leídos. En todo caso, hay que aprovechar la oleada de publicaciones que siguen a los premios y juzgar por nosotros mismos la calidad del autor y de su obra.
¿Y qué hay de Martín Kohan?
En mi opinión, Kohan es un autor que vale la pena. En este caso voy a hablar de Cuentas pendientes (2010), su última novela.
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Protagonistas decadentes
Cuentas pendientes nos pone en escena a dos protagonistas correlativos: Giménez, un anciano de casi ochenta años, que se sumerge en el hastío y la decrepitud, y el Dueño, un joven escritor y profesor de castellano que, aunque todavía joven, no es un ejemplo de felicidad y armonía. Ambos personajes están unidos por las cuentas pendientes de Giménez, que vive en un departamento que le alquila el Dueño (de ahí su nombre), al que, por otra parte, hace meses que no le paga. Giménez y el Dueño son correlativos porque a cada uno le corresponde un momento cronológico de la novela y un registro en particular. De cualquier manera, ambos personajes nos dan, cada uno a su modo, un retrato de la decadencia propia del hombre de Buenos Aires y un perfil de lo que, de forma burda, se podría llamar antihéroes.
Giménez es el protagonista de las tres cuartas partes de la novela y es el personaje en que más profundiza la narración. Rozando los ochenta años, su vida se debate entre la voluntad de ser y la búsqueda de un final que lo sustraiga de toda aquella ignominia que es la vejez. Así, lo vemos buscar con ahínco una prostituta que le permita tener una erección y gozar del placer sexual que en todo momento le es negado; lo vemos rechazar con asco la vejez de su ex esposa y de su ex suegra y excitarse con la postración de esta última en un claro ejemplo de la erotización del poder; lo vemos, en fin, en una errática peregrinación por los resquicios más despreciables de la naturaleza humana cuando se encuentra en su etapa de declive, algo así como en un via crucis senil, en donde la búsqueda de sentido se traduce en una vocación por perder el tiempo entre quejas y maldiciones.
El Dueño, por el contrario, es joven y se encuentra atravesando un momento de relativo éxito en su carrera de escritor. Concede entrevistas y lo invitan a programas de televisión. Pero no por eso es más venturoso que Giménez. De hecho, a diferencia de él ni siquiera tiene nombre, por lo que su persona está vaciada de identidad. Todo lo que sabemos de él es lo que él mismo dice y cuenta. Sus diálogos no son más que una patética demostración de saberes, saberes que a nadie le importa y lo dejan solo y aislado. La relación con su esposa es asimétrica, tan asimétrica como la que tiene con Giménez, o incluso más, ya que al menos con éste dialoga. Y para colmo, la noche le niega el sueño, último refugio de los desdichados, y lo obliga a quedarse solo con sus pensamientos, única compañía de un escritor.
Lo atractivo de la novela de Kohan (o de las novelas de Kohan, podríamos decir) no es la historia en sí, el argumento, sino lo que nos permiten pensar los personajes, el mundo contradictorio y oscuro que nos abren desde su interioridad. No son héroes, y jamás podrían serlo, porque ninguna persona lo es. El personaje de Giménez, en su decadencia y decrepitud, permite llevar esto hasta el extremo, dándole voz y entidad a lo que, en la vida cotidiana, estaría censurado. Poniendo en escena, ni más ni menos, que la versión de los malditos.
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La versión de los malditos
La literatura, a veces, pone a la vista lo que de otra forma permanecería oculto. Raymond Williams decía, a través de la categoría de «estructura del sentimiento», que la literatura permite configurar lo que todavía no está configurado, que permite ver lo que todavía no ha aparecido. De la misma forma, la literatura permite ver lo que, por decisión oficial (ya sea política o de cualquier otra naturaleza, como moral o histórica), está negado al discurso. La censura, en este caso, está inerme. Por esto, es interesante ver el pensamiento que se agazapa en el personaje de Giménez.
La ideología que promulga y a la que adhiere Giménez va en contra de la versión oficial de la historia que se puede ver en los discursos políticos (sean del partido que fuesen), en el periodismo o en cualquier programa de televisión. Por un lado, la hija de Giménez, Inesita, es hija de desaparecidos, apropiada ilegalmente por Giménez y su esposa gracias a la ayuda y la intervención del coronel Vilanova. Por otro, este hecho no es visto como algo criminal, sino como un acto de bien que es mal comprendido por la estupidez de la sociedad actual:
"Fijate, Lito, qué cosa, le dice Vilanova a Giménez (…). El aborto les parece bien: asesinar a bebitos indefensos. Pero salvar a otros bebitos, rescatarlos y ponerlos en manos de alguna buena familia que los cuide y que los quiera, ¡todo eso les parece mal! De los fetos asfixiados y tirados a la basura no dicen ni mu. Y en cambio no paran de romper los quinotos con los bebitos que dicen que son suyos. Bebitos cuidados y educados por tantas familias de bien." [1]
La voz del militar resentido tiene acá su lugar para expresarse. No vamos a cometer la locura y la estupidez de pensar que Kohan es un milico encubierto que tiene como misión esparcir la ideología fascista en la Argentina y en el resto del mundo. Claro que no. Lo que sí es Kohan es un buen escritor, que deja que sus personajes hablen. Y sus personajes hablan, claro. Hablan de historia, de las Madres de Plaza de Mayo, de los nietos recuperados, de la inseguridad actual, de sexo, de la enfermedad, de la vejez, de la muerte… Los personajes hablan, y del lector depende escucharlos. No es una tarea fácil, ya que muchas veces dicen cosas que nos ponen incómodos, pero la riqueza se encuentra en esa incomodidad. El discurso de los personajes es incómodo porque dicen lo que no estamos acostumbrados a escuchar en la vida cotidiana (y agregaría, en otros libros y novelas). La riqueza de la literatura de Kohan está en ese espacio que ningún otro escritor se anima a ocupar, por miedo a ser malentendido; está en darle la voz, y sin juzgar, a personajes que ningún otro escritor dejaría hablar; está en decir cosas sin decirlas, en la alusión perfecta en estado puro. Aclaremos que esto no es nuevo, y que Kohan lo viene trabajando desde novelas como Los cautivos, Dos veces junio y Ciencias morales, por nombrar sólo algunas.
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[1] Kohan, Martín. Cuentas pendientes. Barcelona, Anagrama, 2010, pp. 109-110.
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Martín Kohan nació en Buenos Aires en 1967. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Sus publicaciones se extienden desde el ensayo (Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón cuerpo y política, 1998, en colaboración con Paola Cortés Rocca; Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamín, 2004; Narrar a San Martín, 2005) hasta los libros de cuentos (Muero contento, 1994; Una pena extraordinaria, 1998), pasando por supuesto por las novelas (La pérdida de Laura, 1993; El informe, 1997; Los cautivos, 2000; Dos veces junio, 2002; Segundos afuera, 2005; Museo de la Revolución, 2006; Ciencias morales, 2007, galardonada en noviembre de 2007 con el XXV Premio Herralde de Novela). Cuentas pendientes (2010) es su última novela.
[1] Kohan, Martín. Cuentas pendientes. Barcelona, Anagrama, 2010, pp. 109-110.
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Martín Kohan nació en Buenos Aires en 1967. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Sus publicaciones se extienden desde el ensayo (Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón cuerpo y política, 1998, en colaboración con Paola Cortés Rocca; Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamín, 2004; Narrar a San Martín, 2005) hasta los libros de cuentos (Muero contento, 1994; Una pena extraordinaria, 1998), pasando por supuesto por las novelas (La pérdida de Laura, 1993; El informe, 1997; Los cautivos, 2000; Dos veces junio, 2002; Segundos afuera, 2005; Museo de la Revolución, 2006; Ciencias morales, 2007, galardonada en noviembre de 2007 con el XXV Premio Herralde de Novela). Cuentas pendientes (2010) es su última novela.
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Che, todo bien con el articulo, pero me pareció muy condescendiente, no se le puede criticar nada a Kohan? Es tan perfecto?
ResponderEliminarSergio.
A mi me hubiera gustado otro final en Cuentas Pendientes
ResponderEliminarLo que no termina de cerrar por completo y es mas una curiosidad que una crítica es por qué Kohan apuesta por el final menos sorprendente: en Cuentas pendientes, el foco concentrado en Giménez se desplaza al dueño y a la rutina de su matrimonio (la historia de Giménez me sedujo más y lo mas convencional habría sido terminar con esta) pero no solo cambia de foco de atención sino que deja abierta la trama del dueño. En Bahía Blanca pasa casi lo mismo. La ciudad es el personaje hasta casi la mitad, luego la atención pasa a Mario y su ex esposa. No cuento más pero en el final otra vez queda suspendida la cosa.
ResponderEliminarInesita no es una hija apropiada de la dictadura, esto dicho por el propio autor. Es una mala interpretación.
ResponderEliminarEl cambio de nombre se da porque "Inesita" es la identidad que el dueño imagina para la hija de Gimenez, pero en realidad se llama Mercedes.
De esta forma, se deja ver que todo lo dicho anteriormente son conjeturas del dueño, forman parte de su imaginario sobre la vida de Lito.