EDITORIAL DESDE EL BICENTENARIO

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El cero tiene valor


El sistema métrico decimal favorece la superstición de los números terminados en cero y nosotros abonamos esa superstición con entusiasmo. 30 años, 50 años, 100 años, 200 años, así medimos la importancia de los eventos. El cero al final de cualquier cifra de alguna manera nos conmueve. Creo que es una superstición inofensiva.

Sin embargo, cuando veo las librerías llenas de volúmenes dedicados al bicentenario (exámenes, revisiones, reflexiones, postulaciones, reediciones), me sorprendo de la intelectualidad argentina.
Recuerdo las palabras de Borges para el centenario de Góngora: “Yo siempre estaré listo a pensar en don Luis de Góngora cada cien años… Noventa y nueve años olvidadizos y uno de liviana atención es lo que por centenario se entiende”. La cita no es apócrifa, figura en el modesto volumen El idioma de los argentinos (1928). Lo dicho por Borges en broma es tomado por los intelectuales (y en todo caso, por las empresas editoriales) con toda seriedad. Al parecer la nación merece nuestras reflexiones cada cien años. El aluvión de textos así lo confirma. Noventa y nueve años de semi-letargo y luego una estampida de volúmenes dedicados a la argentinidad.

He señalado lo anterior como curiosidad. Lo verdaderamente preocupante es realizar el examen de la vinculación de los intelectuales con la sociedad en estos famosos doscientos años.



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Hombres de su tiempo

Los hombres de 1810 iniciaban la creación de una nación, tenían un proyecto en común que los unía y los distanciaba constantemente. Tenían la siguiente ventaja: sabían todos de qué se estaba discutiendo. Aquellos hombres de letras eran importantes para la sociedad; no eran sólo productores de literatura sino además ensayistas, filósofos, políticos, soldados. Vivían cada día poniendo en práctica sus proclamas e ideas. La preocupación de aquellos hombres era la creación de los cimentos para la nación, con una identidad homogénea en la heterogeneidad del territorio y la población.

Los hombres de 1910 era ensayistas, filósofos y políticos; la nación ya estaba cimentada, la ciudad ganaba protagonismo, los inmigrantes llegaban de todas partes y la modernización de la vida ocupaba el centro de las perspectivas estéticas. La preocupación de aquellos hombres era la definición del ser argentino, la búsqueda de la entelequia nacional; muchos creyeron encontrar ese arquetipo en la figura del gaucho.

Los hombres de 2010 son asépticos ensayistas y filósofos, con una influencia social casi nula.


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La relevancia se construye

Hubo una época en que los intelectuales eran los capaces de soñar el futuro de una nación, de prever los problemas que enfrentaría el país en el futuro, de plantear las posibles soluciones a esos problemas. Ese espacio era relevante para la sociedad. Había oídos atentos para las diversas perspectivas intelectuales. Los partidos políticos tenían teóricos intelectuales en sus bases. La gente asistía a sus conferencias. (Y no estoy pensando en intelectuales de izquierda solamente –con los cuales uno podría asociar la idea de contacto social más rápidamente-, sino que pienso en las conferencias de Lugones o Borges, escritores conservadores de derecha. La gente iba a oír lo que tenían que decir). Los intelectuales eran importantes porque se pensaban a sí mismo como una parte relevante de la sociedad. Esa importancia social nunca fue un don divino, fue siempre una construcción con una base muy simple: la voluntad de participar, de involucrarse. Así los intelectuales construyeron un nivel de relevancia social muy elevado.

No hay que ser muy brillante para ver que esa importancia y relevancia social se ha desintegrado. Los lazos que había entre el intelectual y la vida social se han ido desvaneciendo gradualmente. Hoy sus voces –o palabras- están reservadas para la revista cultural del sábado o tienen una hoja reservada en el suplemento dominguero. Si alguien los lee, el lunes ya nadie recuerda qué dijeron.

Las causas de la ruptura del lazo entre la sociedad y los intelectuales son profundas y complejas (hemos transitado y padecido dictaduras genocidas) como para ser tratadas en este limitado espacio. Motivarían, empero, un libro que yo con gusto leería.



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Espacios vacíos y ocupados

Con el tiempo los intelectuales en nuestra sociedad han ido perdiendo el espacio que antes tuvieron. Un intelectual como Alberdi, por ejemplo, fue de crucial importancia con sus Bases para la creación de la Constitución Nacional. Tristemente, es inimaginable que hoy se tome en cuenta la opinión de un intelectual para reformar un artículo de la Constitución. Otro ejemplo, Sarmiento llegó a ser presidente de la Nación. ¿Qué intelectual de nuestros días aceptaría el desafío de postularse a presidente? Y si hubiera uno que lo aceptara ¿quién lo votaría?

La estirpe intelectual ha cedido el espacio que los tenía como protagonistas. Hay casos aislados, ejemplos individuales como los de Marcos Aguinis o Tomás Eloy Martínez o Andrés Rivera que no huyen de las cuestiones políticas sino que las enfrenta, sin embargo son la minoría. La gran mayoría actúa de manera diferente.

Hemos dejado la política real a cargo de empresarios, caudillos, abogados, economistas, camioneros, curas, cantantes; todos hacen su parte en la vida política nacional. Y creo que ese espacio ha sido cedido voluntariamente a favor de una asepsia social, de un no-querer-involucrarse en los problemas inmediatos de nuestra vida social. La idea implícita que establece esta actitud es que la tarea del intelectual no está vinculada a la vida política. Su tarea puede estar vinculada a cualquier cosa, con una sola excepción. No necesito decir que estoy en desacuerdo con esa idea. Creo que la sociedad necesita que sus intelectuales se involucren, pero no estoy seguro de que los intelectuales de hoy quieran asumir esa responsabilidad. Están cómodos y no los veo dispuestos a arriesgar esa comodidad bien ganada.

La pregunta de fondo es ¿qué es un intelectual hoy en nuestro país? ¿cómo definirlo, cuáles son sus atribuciones, sus implicancias, su alcance? Responder y actualizar estas preguntas es parte de la tarea del intelectual.

Creo que recuperar el histórico espacio que los intelectuales tuvieron y reconstruir la relevancia social de su práctica será tarea de una nueva generación de jóvenes intelectuales argentinos con una perspectiva distinta. Somos nosotros. Ya no es más la tarea de los otros.


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1 comentario:

  1. Es muy polemica la editorial, creo que no es total responsabilidad de los intelectuales la perdida de su espacio en la vida de un pais. La sociedad ha cambiado. La definicion del intelectual debe ser revisada y llegado el caso debe haber una redefinicion.
    Saludos, Pablo de Historia

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