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EL ÚLTIMO CASO DE RODOLFO WALSH, de Elsa Drucaroff

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Por Sabrina González



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LA LITERATURA Y EL DERECHO A LA VERDAD

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El último caso de Rodolfo Walsh narra la historia imaginaria de la investigación que el autor de Operación Masacre podría haber iniciado para averiguar el destino de su hija, luego de un enfrentamiento entre Montoneros y las fuerzas armadas. Esa es la historia, o mejor dicho, esa promete ser la historia: “una trama de acción, espionaje y suspenso”. Sin embargo, la novela avanza mucho más lejos, y sobre todo, mucho más alto.

Voy a ser clara desde el comienzo: mi único objetivo para escribir este artículo es recomendar una novela que ha dejado en mí una profunda marca. Creo que es una excelente novela; y lo creo por algunas razones que podrían explicarse desde lo literario-racional, pero sobre todo lo creo por motivos de los cuales no tengo más noticias que la inconfundible e inexplicable certeza interna.

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El todo como la suma de sus partes
El género ficción histórica ha producido siempre en mí cierta confusión. Supongo que la oposición ficción – verdad todavía reina desde su lugar más oculto. Siempre sentí, en lo más profundo, que tales conceptos solo aparentaban entrar en relación, pero que, en realidad, uno de ellos ya había ganado la batalla hace tiempo, aunque aún no se erigiera vencedor. La literatura, triunfadora agazapada, tomando como excusa, haciendo uso, usufructuando casi, los avatares de la historia para generar allí lo que mejor sabe hacer: inventar.

La realidad es que el último libro de Drucaroff ha, de alguna manera, confirmado esta sospecha, pero con una vuelta de tuerca inesperada para mí. La novela toma como punto de partida un hecho real, que no es precisamente la muerte de Vicki, la hija de Walsh, sino la célebre Carta a mis amigos, que el escritor diera conocer poco tiempo después del fallecimiento de su hija. Allí, Walsh describe, (con bastante detalle, por cierto) los acontecimientos que le costaron la vida a su hija. Además de ser, por supuesto, una denuncia contra el operar de las fuerzas armadas argentinas, y un llamado a la lucha por la libertad; Carta a mis amigos es una carta de amor fraternal, es el lugar donde Walsh recuerda a su hija, su risa, su conciencia, su lucha, y agradece a sus amigos su preocupación y dolor. Es su puente con la realidad.

Drucaroff parte de allí para imaginar su relato, como ella misma nos confiesa en el postfacio del libro: “¿y si ese padre militante que acudía a la escritura para informar “a sus amigos” y, a través de ellos, a una posteridad de la que yo formo parte como lectora, hubiera hecho una investigación también ante la muerte de su hija? (…) ¿Y si debajo de esa carta subyaciera un relato extenso, doloroso, apasionante, que la historia en tanto verdad no podría nunca demostrar, pero al que la literatura, reino de la libertad y la imaginación, puede rendir justo homenaje?”

Justo y valeroso homenaje; y ese es el punto precisamente donde la literatura completa la historia, no la usa ya, no se aprovecha de ella, sino que la nutre. La literatura ve allí, muestra allí donde solo ella puede hacerlo. No importa cuánto y qué medida eso se corresponda con la realidad objetiva (si es que tal noción puede ser pensada aún desde algún lugar), sino que nos abre la puerta a un mundo que es ficcional pero que no es el al mismo tiempo. Lo es pero podría no serlo, lo es pero podría no haberlo sido. De hecho, solo suponemos que efectivamente la investigación que encara Walsh sobre la muerte de Vicki es ficcional porque carecemos de los datos “certeros” de la realidad para confirmarlo, sin embargo, eso no importa. No importa mientras se transita la novela y mucho menos ahora. No importa porque lo que nos narra El último caso de Rodolfo Walsh va mucho más allá de la historia concreta y personal del escritor de Esa mujer.

Nos permite caminar junto a personajes sumamente complejos como el coronel Konig, un oficial retirado que debe involucrarse con la realidad a partir de la inminente captura de su hija en manos de los militares, a Martín, el compañero infiltrado como chofer del general Oddone; a Aldo, el gran traidor; incluso podemos acceder a un Walsh sumamente crítico de la organización montonera.

Pero más allá de que todas estas construcciones colmen la obra de un aroma a literatura que no puede dejar de percibirse, lo más profundamente transformador de la novela es la literatura la que modifica la historia, y es esa la parte que nunca había visto en mi postura inicial. Es una novela profundamente conmovedora, no emotiva, ni sentimental, sino conmovedora, y lo es porque logra reunir dos ámbitos de una manera única. Toma la historia como punto de partida pero también como punto de llegada. No se queda solo con “inventar” una historia posible, va en busca, grita por su lugar en el mundo literario y en el mundo real.

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-Drucaroff, Elsa, El último caso de Rodolfo Walsh, Buenos Aires, Norma, 2010.
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- Leer la «Carta a mis amigos» de Rodolfo Walsh (aquí).
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Elsa Drucaroff
es escritora, ensayista, periodista, investigadora y docente. Publicó las novelas La patria de las mujeres. Una historia de espías en la Salta de Güemes (1999), Conspiración contra Güemes. Una historia de bandidos, patriotas, traidores (2002), El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal (2006) y El último caso de Rodolfo Walsh (2010). Publicó numerosos artículos especializados en revistas académicas nacionales y extranjeras y dos ensayos: Mijaíl Bajtín, la guerra de las culturas (1995) y Arlt profeta del miedo (1998). Dirigió La narración gana la partida, el volumen 11 de la Historia crítica de la literatura argentina (2000), que supervisa Noé Jitrik. Dicta seminarios de literatura y teoría literaria en el ISP Joaquín V. González, de donde egresó, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Colaboró en diferentes medios masivos como periodista cultural. Actualemente trabaja en un ensayo sobre narrativa argentina de las generaciones de postdictadura.

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ENTREVISTA A ELSA DRUCAROFF

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Elsa Drucaroff es escritora, ensayista, periodista, investigadora y docente. Publicó las novelas La patria de las mujeres. Una historia de espías en la Salta de Güemes (1999) y Conspiración contra Güemes. Una historia de bandidos, patriotas, traidores (2002). Publicó numerosos artículos especializados en revistas académicas nacionales y extranjeras y dos ensayos: Mijaíl Bajtín, la guerra de las culturas (1995) y Arlt profeta del miedo (1998). Dirigió La narración gana la partida, el volumen 11 de la Historia crítica de la literatura argentina (2000), que supervisa Noé Jitrik. Dicta seminarios de literatura y teoría literaria en el ISP Joaquín V. González, de donde egresó, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Colaboró en diferentes medios masivos como periodista cultural. El infierno prometido (2006) es su última novela, por la cual Drucaroff dio conferencias en varias partes del mundo (entre ellas Polonia y Estados Unidos). El año 2008 fue importante para esta novela, ya que se volvió a relanzar en las librerías y un productor de cine compró los derechos cinematográficos.

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Lucas Berruezo para Sudor de tinta.



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LUCAS BERRUEZO: Antes de comenzar con las preguntas, tenemos que admitir que El infierno prometido nos resultó inasible y enriquecedora. Aunque pueda parecer una contradicción, no lo es. La novela nos permitió replantearnos una serie de cuestiones que tienen que ver con lo que creemos fijo (y por lo tanto seguro), pero que no siempre lo es. Una de esas cuestiones es la noción de género literario, y aquí va la primera pregunta:

El infierno prometido es presentada como una novela histórica y fue editada en una colección de novelas históricas, sin embargo las fronteras del género se ven forzadas y la novela se vuelve imposible de encasillar en esos términos. La historia de Dina es tan rica que se torna atemporal, hay personajes históricos que se presentan camuflados y algunos escenarios sólo tienen existencia en la realidad literaria. Al momento de escribirla, y teniendo en cuenta que ya tenés otras dos novelas históricas escritas, ¿te planteaste en algún momento la posibilidad de jugar con el género, de forzarlo y de escaparte del mismo?


ELSA DRUCAROFF: Claro, siempre me lo planteo, trabaje con el género que sea, y siempre quiero hacer al mismo tiempo un homenaje, adoro los géneros literarios. P.D. James dice que el género es una ayuda infinita para la imaginación, estoy de acuerdo, es como esas rueditas de la bici que nos llevaron a tener confianza, andábamos sin saberlo, en muchos momentos, con ambas en el aire, pero teníamos las rueditas que no nos dejaban caer. Ahora bien: me parece que cualquier buena obra de género hace eso. Una obra que repite exactamente el molde del género no perdura, nos acordamos de grandes policiales o novelas de cf, o lo que fuere, por lo que INTRODUCEN al género, y ese introducir es siempre un forzamiento de fronteras.

Yo en El infierno… juego con la novela histórica, claro, mezclando la verosimilitud obsesivamente fiel al entorno con la ficción absoluta. Me encanta saber que Arlt PODRÍA haber hecho lo que yo cuento en ese año de su vida y que EL ÚNICO MOTIVO por el que NO lo hizo es porque fui yo la que me imaginé esa historia. Hago cosas así en mis tres novelas históricas, y en la que sale este año, también histórica aunque reciente (transcurre en los ’70 y tiene a Walsh como protagonista). Por eso es tan importante para mí la investigación, para reconstruir lo mejor que pueda por un lado y meter mi placentera imaginación casi sin que se note, en ese universo obsesivamente reconstruido.

Pero en El infierno… también trabajo con otros dos géneros, al menos conscientemente: el melodrama, género que me formó en la ficción (me pasé la infancia viendo teleteatros, más o menos a escondidas de mis padres, o leyendo una historieta espantosa, Susy, secretos del corazón, o fotonovelas) y el road moovie, deleite de los deleites.


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LB: Algo que nos llamó poderosamente la atención (y que se relaciona con la pregunta anterior) fue el personaje del «Loco» Godofredo. Indudablemente se trata de Roberto Arlt, ahora bien: ¿por qué decidiste utilizar un nombre en clave (Godofredo era el segundo nombre de Arlt, según decía él mismo) y no el verdadero nombre del escritor?

ED: Ese es un invalorable aporte que me hizo Pablo Ramos. Una vez se ofreció a leer partes de la novela conmigo, por pura amistad. Yo justo había terminado el capítulo donde el personaje inspirado en Arlt deambulaba por la ciudad usando su franco en el diario, después de haber salvado a la suicida. Lo leímos juntos, discutiendo a veces palabra por palabra, una gloria trabajar así con un colega. Mi Loco se llamaba apenas Roberto, y él me dice “sería bueno que Arlt no se llamara Arlt, que tuviera otro nombre aunque todo indicara que es él”. Y yo me acordé de que le decían el Loco y pasó algo fuerte: SUPE que era el Loco, que ese era el modo exacto para nombrarlo en mí. Usé su segundo nombre, Godofredo, lo suficientemente ridículo y ficcional, pero al mismo tiempo un guiño obvio, y, en igual tenor, usé otros “segundos nombres”. La novela que ya publicó el Loco cuando conoce a Dina se llama La vida puerca, que es el primer título que tuvo hasta que Güiraldes le sugirió El juguete rabioso. Y ahora que lo pienso, esta anécdota de Güiraldes y Arlt se relaciona con lo que trato de decir: la escritura es un gesto solitario pero cuando la podés charlar y discutir con tus colegas también ocurren cosas valiosas.



LB: Sabemos que sos feminista. Vos mismo lo has declarado en varias ocasiones. Además, has leído, reflexionado y escrito sobre y desde el feminismo. Sin embargo, la novela no parece ser la novela de una feminista, ya que tanto las relaciones de poder que se plantean como la asimilación del mal y del bien no parecen respetar géneros sexuales. Así, Dina es explotada no sólo por un hombre, sino también por una mujer; además, ella misma sueña con la posibilidad de convertirse, en un futuro, en explotadora de otras mujeres; la esposa de Godofredo es tan ruin y despreciable como la esposa del juez Tolosa; y podríamos seguir enumerando ejemplos. Sin lugar a dudas se trata de una novela femenina (en el sentido de que algunas descripciones y observaciones sobre lo femenino son tan esclarecedoras para los hombres que, al menos eso creemos los hombres desde aquí, sólo podrían haber sido escritas por una mujer), pero no feminista: ¿estás de acuerdo con esta definición? ¿En algún momento sentiste que te estabas alejando del feminismo o, por el contrario, crees que el mismo incluye las observaciones anteriores?

ED: No, no estoy de acuerdo, creo que tienen una mirada muy empobrecedora del feminismo. El feminismo sería una ideología patética (y no el marco teórico que ha dado algunas de las teorías sociales, filosóficas, lingüísticas y psicoanalíticas más interesantes del final del siglo) si no supiera que el orden patriarcal enceguece, seduce, entrampa y vuelve infelices a varones y mujeres, que las grandes constructoras de machismo son las madres; o si no tuviera en cuenta que cada grupo de gente oprimida (por sexo, raza, clase social, por lo que fuere) tiende a ser un conjunto de gente resentida, enemistada entre sí, a menos que tome conciencia para sí, conciencia política (las películas de Spike Lee tienen esto muy claro, por ejemplo, y nadie le diría “racista”). Los oprimidos, cuando no se hacen concientes de los motivos de su opresión, tienden a mirare en la debilidad del semejante su propia odiada imagen, a usar tretas de débiles, trampas, a deslumbrarse por los valores enemigos. Están convencidos por los opresores de que no valen nada y por ende agruparse, valorarse, ayudarse, no vale la pena. No hablo de esto desde afuera, como mujer, tuve que armar conmigo misma ese camino de conciencia política. Y lo armé ayudada por el feminismo, mucha de la maldad entre mujeres que usé en mi novela aprendí a mirarla y sufrirla en mí y en mis congéneres. Y también aprendí a percibir la solidaridad, que afortunadamente también es una tendencia intuitiva, aunque menos rescatada y semiotizada porque es una gran amenaza para la ideología dominante (“la amistad entre mujeres siempre es subversiva”, dice Rossana Rossanda). Porque en mi novela no sólo está todo eso que ustedes bien dicen, también está la intuitiva solidaridad de Rosa y Dina en el prostíbulo, o antes de Sara y Dina en el barco.

Yo creo que eso que ustedes leen bien en El infierno… no es producto del “no feminismo”, el feminismo que idealiza a las mujeres no es inteligente y no me interesa.

Ahora bien, esta es una parte de mi respuesta. La otra es que deseo que ustedes tengan razón y haya cosas que SÍ sean contradictorias con el feminismo en mi novela, esas que a cualquiera que hace arte se le expresan más allá de su ideología o intenciones. Espero que existan, je, porque si no, la novela es mala. Es decir: una obra tiene que ser tensa en sus valoraciones, contradictoria, y si ustedes ven esas cosas, espero que funcionen TAMBIÉN de ese modo. Creo que alrededor del erotismo de Dina, de su fascinación con el juez, hay cosas terribles y contradictorias, cosas que me asustaron a mí y en las que me dejé incursionar sin hacer ideología, porque feminista soy yo, o pueden ser las lecturas que se hagan de mi libro, pero espero que mi escritura no sea un manual monológico de ideología. El arte tiene que hacer preguntas, no dar respuestas, en la medida en que a ustedes se les plantea todo eso como pregunta sobre la condición femenina, vale la pena.


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LB: La novela, ya lo dijimos, rompe con esquemas. Esto se vuelve más que claro en la cuestión de la prostitución. La opinión «políticamente correcta» es, siempre, tildar a la prostitución (y más aún cuando involucra la esclavitud y el confinamiento) como aberrante; sin embargo, en la novela no se da esa opinión. Por momentos, la prostitución no parece ser tan mala en comparación con la vida que Dina llevaba en Kazrilev, allá en Polonia. De hecho, el mismo título lo afirma en su clara alusión a la Tierra Prometida. Es verdad, se trata de un infierno, pero de un infierno «prometido», y sólo lo bueno puede ser prometido (lo malo es amenazado o, en su defecto, impuesto). Efectivamente, el infierno al que llega Dina está plagado de comodidades, dinero, agua caliente y comidas jugosas, y eso lo vuelve más real, más ambiguo, más infernal... ¿Cómo llegaste a esa realidad de la prostitución, rompiendo con lo que siempre se suele decir de ella?

ED: Siguiendo una receta clave de la creación artística, según Bajtín: poniéndome en el lugar de mi personaje, no levantándole el dedito. Basta ponerse en su lugar profundamente, quererla y encarnarla imaginariamente para ver que el mundo no se adapta tan fácilmente a las convicciones generales éticas de la autora.

Yo tenía terror de ser políticamente correcta, de ser paternalista y mirar a las putas desde el deber ser de mí misma. Sería fácil decirles “ustedes valen, no son objetos, están para más que para hacer guita aprovechando la condición espantosa en que las pone la sociedad”. Entonces yo soy la que sabe, ellas las alumnitas, y ahí Dina no es un personaje, es una maqueta didáctica sobre cómo dejar de ser puta, que es lo que toda puta buena y feminista debería hacer.

Esto, desde un deber ser políticamente correcto feminista. En tiempos de Dina, el deber ser políticamente correcto anarquista o comunista les decía “hermanas, dejen de permitir que los explotadores les chupen la sangre, abandonen, escápense”.

Pero ninguno de los dos discursos tiene en cuenta los problemas concretos de la prostitución. Hay uno bien incómodo: si la construcción heterosexual de la subjetividad femenina necesariamente se hace aceptándonos como “objetos preciosos”, y erotizando esa autoobjetualización –lo que se llama histeria, digamos-, ¿por qué al mismo tiempo prohibirnos ganar dinero con eso? ¿En qué laburo una mina va a ganar esa cantidad de dinero? ¿Acaso no existe la brecha salarial –que en 1920 era salvaje-?¿Acaso no existe la desigualdad laboral por género en el mercado? En 1920 una mujer que no tenía marido o padre que la mantuviera tenía muy pocas opciones laborales, todas miserables y buena parte sin respetabilidad social, porque eran carne de manoseo y acoso sexual (figura que recién hoy, trabajosamente, empieza a abrirse paso como injusticia en la conciencia colectiva). ¿Desde dónde condeno que una mina cuya clase social y falta de macho que la mantenga la lleva a ser sirvienta, probablemente manoseada por el hijo del patrón, se haga prostituta y gane más dinero, por lo menos?

Por otra parte, el discurso anarquista – comunista de ese tiempo no contemplaba la otra parte del negocio, no la del sucio explotador sino la del prostituyente, el macho que va y compra una mujer por un rato, la del deseo masculino que disfruta COMPRANDO, poseyendo sádicamente un objeto inhabilitado de ser sujeto porque para eso se le ha dado el dinero, para que sirva como cosa. Hoy casi nadie piensa en eso, la trata de personas parece un problema de los que se prostituyen o de los que explotan el mercado, NUNCA DE LA DEMANDA, que es la que lo vuelve el segundo negocio del planeta, después del tráfico de armas.

Igual, tampoco es cuestión de que mi novela condene en bloque a los prostituyentes, sería otra tontería antiartística, otra incapacidad de ponerme por un momento en los zapatos del Loco o de Vittorio o del propio juez. El sadismo y el masoquismo no son responsabilidades morales personales de los hombres y las mujeres sino construcciones del deseo heterosexual que esta sociedad moldea, construcciones culturales e históricas que conviene entender antes que condenar, como si fuera voluntad de cada uno. (Sí es voluntad de cada uno qué hace con eso). De todos modos, sí apareció ese problema en el vínculo entre Dina y Vittorio, las peleas que tienen se relacionan con eso, precisamente.

A ver, que quede claro: yo no defiendo la prostitución, me parece aberrante y lucho como puedo por un mundo en el que no exista. Y en este que existe, deseo que la prostitución sea ejercida solamente por quienes realmente desean hacerla y que trabajen con libertad y sin ser explotadas por nadie. De ahí a creer que es un trabajo maravilloso, hay un abismo, pero no me siento con derecho a levantar el dedo contra las prostitutas, no soy mejor ni peor que ellas, toda mujer en algún punto está obligada a especular con su “ventaja” de ser un objeto precioso, puede hacerlo con mayor o menor gusto o conciencia, pero la sociedad misma te obliga a aprovecharlo y te castiga si no lo hacés.

En fin, el caso es que para escribir no se puede mirar una sociedad o un fenómeno concreto desde la abstracción ideológica, el arte no es “deductivo”, no es la aplicación de leyes generales. Como la vida, el arte es relativo y azaroso. Yo no defiendo muchas cosas en abstracto que, llevada por ciertas circunstancias, debo hacer como cualquiera. No es ético enriquecerse con la plusvalía que producen otros y sin embargo cuando una tiene la suerte de cobrar un dinero razonable, lo pone en un banco, donde no “crece” como una plantita sino con plusvalor ajeno. (Bueno… a menos que sea un banco argentino en diciembre del 2001, claro). Obvio que hay límites para todo esto, y yo me los planteo, pero mis personajes… mis personajes hacen lo que se les ocurre en su situación.

Mi Dina se ve en una encrucijada en la que yo no me vi nunca y la asume con toda la dignidad que logra. Lo que yo piense importa sólo como un diálogo amoroso que tuvimos ella y yo, donde traté de escucharla, no de adoctrinarla.


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LB: Por último, nos gustaría apelar a tu experiencia y a tu lugar de escritora en la Argentina para preguntarte: ¿cómo ves la realidad editorial en este país para las personas que se encuentran dando sus primeros pasos en este oficio que, por momentos, parece tan difícil de alcanzar?

ED: Lo más importante para un escritor nuevo es entender que esto es un oficio, que se aprende leyendo y escribiendo, que se mejora, que se discute en grupos de colegas. Entender que su obra es lo central, creer en ella y concentrarse en escribirla lo mejor posible es lo único que realmente vale, después viene el tema de lograr venderla, un problema genuino y que no debe despreciarse. Pero tener éxito o fracaso en esto puede ser una suerte o una pena, NUNCA LA PRUEBA DE QUE UNO ES BUENO O MALO. El éxito y el fracaso son dos impostores, decía Kipling tan sabiamente, no hablan realmente de nuestra obra, dicen apenas que nos fue bien o mal, pero no podemos permitir que nos hagan creer nada, ni para un lado ni para el otro.

En cuanto a la realidad editorial (y acá me refiero a esto de lograr vender nuestra obra): es dura, mejor que en los ’90 pero muy dura. No hay editoriales con poder económico que no pertenezcan a los grandes grupos internacionales y sus políticas culturales están organizadas de acuerdo con eso: las necesidades de los grupos o la necesidad de la editorial local de presentar cierto balance seguro, de convencer al grupo de que le conviene (o al menos no lo perjudica) quedarse en Argentina. Eso limita mucho posibilidades objetivas de diseñar una política de mercado audaz que apueste a construir nuevos lectores; los gerentes tienden a apostar por lo segurísimo, incluso de “vegetar” con recetas probadas, no se hace nada por construir lectores de literatura argentina, etc. No es un problema moral, detesto esa cosa de despotricar contra las editoriales como si fueran “malas” o “buenas”, son una empresa y tienen las reglas de una empresa, si no funden. Y si funden hay gente en la calle, etc, no se puede hacer discursos infantiles izquierdizantes irresponsables al respecto.

El intento de construir un mercado más grande de lectores de literatura argentina lo hace con bastante claridad Alberto Díaz Editorial Emecé, también lo hacen algunos otros editores y editoras, de modos siempre aislados y sin una política comercial y de difusión que les ayude. A la literatura argentina contemporánea hay que armarle un mercado dándole tiempo para que se genere un boca a boca, saliendo de la trampa de los tres o dos meses de entrega en consignación en los que la librería te exhibe y, si no vendiste los 3000 ejemplares, te envían saldo cuando mucho un año después, para hacer lugar en el depósito porque el grupo sigue publicando carradas y carradas de libros por mes. Y la prensa no puede trabajar con los mismos métodos con que difunde un best seller, un autor consagrado o un libro de autoayuda. Si algo mostró el under y la movida de la NNA es que hay métodos propios para esta difusión que sí funcionan. Todo esto hace que publicar literatura argentina en las editoriales grandes no siempre sea tan conveniente para el libro.

En este contexto, los autores tienen pocas hendijas para entrar al mercado editorial. La otra posibilidad que por suerte apareció después de la crisis del 2001, y por eso digo que la situación es menos dura, gracias a la superación del individualismo, la soledad de cada uno o los grupitos que trenzaban y se agredían entre sí, fue la aparición de editoriales autogestionarias. No me gusta la palabra “independiente” porque no creo que sea posible para nadie ser independiente del mercado, creo que hay que aspirar a construir uno, no a marginarse, y que hay dos modos únicos de decir “yo soy marginal”: o como una denuncia por la indignidad de mi vida, o como una hipocresía y una trampa.

Antes se llamaban editoriales “independientes” a las que en vez de buscar un mercado de lectores construían un mercado de escritores que les pagaban para publicar. Cobraban y después no distribuían el libro, total ya habían hecho su negocio. Todavía hoy sé de editoriales que publican a un autor con el subsidio que le da el F.N.A., por ejemplo, se lo meten en el bolsillo y dejan el libro en el depósito para siempre. Y se llenan la boca con la palabra “editorial completamente argentina”, “editorial independiente”. Ahora por suerte hay editoriales que se dicen “independientes” pero lo que se plantean es vender el libro, ganar ese dinero para recuperar lo que invirtieron, no cobrarle al autor. A lo sumo lo asocian en un negocio donde comparten riesgos. Son editoriales pequeñas que aprovechan los notables cambios tecnológicos que han abaratado la industria, democratizaron la posibilidad de edición, permiten hacer tiradas muy pequeñas y vender barato. Estas editoriales venden sus libros activamente, salen a buscar a sus lectores y por eso han contribuido mucho a generar un movimiento, encuentros, fiestas, diálogos, intentos de llegar a la gente. Están teniendo un cierto éxito y han permitido que aparezcan algunos escritores notables. Sobre todo, han permitido armar lo que tiene que existir siempre para que exista una literatura: la pirámide de ancha base con muchos que escriben más o menos o mal, una parte intermedia correcta y la punta notable. Esa pirámide se lee entre ella, se encuentra en ciclos, fiestas, toma birra, intercambia, se alimenta del movimiento y así surge cada vez más gente valiosa.

Yo creo que un autor nuevo hoy (si cree que tiene algo que decir y no solamente ganas de ver su nombre en letra impresa) tiene que intentar el único camino posible: la cooperación, asociación, el movimiento colectivo. Trabajar en su obra, apostar por ella, creer en ella y tratar de participar y hacerla circular en el movimiento, leyendo en ciclos, publicando en la web, intentando publicar en editoriales pequeñas o grandes, mandando a concursos (los hay muy digitados, pero no todos), inventando modos nuevos. Ya se está viendo que del under salen autores que terminan interesando a Emecé o a Sudamericana; todavía no sé qué les sirve más, sospecho que las dos cosas, la publicación under y la otra, tienen ventajas y desventajas, pero siempre es mejor que el libro exista a que no.

Estamos en un momento en el que se ha dejado de decir esa estupidez de que en literatura argentina no pasa nada, no hay nada que valga, etc. Y esto no es por casualidad, hemos hecho bastante desde un movimiento heterogéneo y rico para imponer que hay autores y hay obras, y me incluyo en ese “hemos hecho” porque sé que participé activamente de este proceso como crítica.

Así que lo que un escritor nuevo tiene que hacer es saber que no está solo, no autocompadecerse y no resentirse y enojarse con los que tienen la suerte de que les va bien, ni racionalizar su resentimiento con argumentos “políticos” (“Fulano se vendió al mercado”, por ejemplo), preguntarse siempre si eso que critica del otro es algo que él realmente rechazaría si se lo ofrecen. En suma: apostar por su obra y darle para adelante.

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RELANZAMIENTO DE EL INFIERNO PROMETIDO DE ELSA DRUCAROFF

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El pasado 13 de marzo, Sudor de tinta estuvo presente en el relanzamiento de la novela El infierno prometido (2006) de Elsa Drucaroff, que ya agotó la primera edición de ejemplares e hizo que la autora viajara por diferentes países, como Polonia y Estados Unidos, dando charlas y conferencias. En esta ocasión, se celebró la segunda edición de la novela.

La presentación se llevó a cabo en el café literario de la Sociedad Hebraica Argentina. Después de atravesar un férreo sistema de seguridad, ingresamos al café que estaba decorado para la ocasión: un sector, cerca de la barra, que permitía sentarse para tomar algo, y otro sector, en el lado opuesto, ordenado a modo de anfiteatro con una mesa con dos micrófonos. Allí se sentaron Elsa Drucaroff, la homenajeada, y Claudia Piñeyro (Premio Clarín de novela 2005 con La viuda de los jueves), que presentaría El infierno prometido y charlaría con la autora.

La presentación comenzó con una inteligente lectura de Piñeyro de El infierno prometido. La consideró una «novela necesaria», por su aporte a la cuestión de la trata de blancas en los comienzos de siglo XX en Argentina y por su vigencia en nuestro momento histórico actual; además destacó el excelente manejo del suspenso alcanzado por Drucaroff y el elaborado trabajo con los personajes y el género histórico.

A continuación, Piñeyro realizó una serie de preguntas a Drucaroff. Ésta habló sobre el proceso de elaboración de la novela y la centralidad que los personajes tienen en su literatura. «Un personaje es su conciencia», afirmó Drucaroff, dejando ver su propensión a crear personajes con elaboradas y complejas personalidades. Luego, contó varias anécdotas que hicieron que la velada fuera amena para todos y provechosa para los escritores que se hallaban entre el público.
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EL INFIERNO PROMETIDO, de Elsa Drucaroff

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Por Lucas Berruezo

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UNA NOVELA HISTÓRICA O LA HISTORIA DE UNA NOVELA

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El infierno prometido, el infierno impuesto, un infierno no tan malo…

Dina es una joven polaca que (perdida en Kazrilev, un pueblito de escasos recursos en la Polonia de principios del siglo XX) sólo conoce a la lejana Buenos Aires a través de las amenazas de su madre: «¡Vas a terminar en Buenos Aires!»[1]. Buenos Aires se presenta en aquella otra parte del mundo como la ciudad del pecado, como el infierno al que van a parar las mujeres deshonradas y de mala vida, como el castigo justo que reciben las mujeres de vida insensata e impúdica. Su mame la amenaza, pero también le advierte: si no se convierte en una buena mujer y se casa, su destino puede estar en Buenos Aires. Y sus palabras se convierten en profecía cuando Dina, burlada y deshonrada por un compañero de escuela, vuelta a burlar por quien se supone va a ser y en teoría termina siendo su esposo, se embarca a Buenos Aires para vivir una nueva oportunidad, lejos de las penurias de la vida en el campo y de la crueldad de las personas que, como su mame, no notan que el mundo en el que están arrojados está cambiando. A Buenos Aires se dirige con la esperanza de un futuro mejor, con el anhelo de encontrar allí su tierra prometida. Y por momentos cree encontrarla en la comodidad del agua corriente o la comida caliente, en la exquisitez de una ducha con agua tibia o en la suntuosidad de los trajes elegantes; pero, por momentos (otros momentos), conoce el mismísimo infierno en la humillación y el abuso de todos los días, en el encierro, en el sexo frío y carente de sentimiento, en la obligación de abrir las piernas y dejar que el tiempo pase, una y otra vez.

Elsa Drucaroff narra, con gran maestría, esta historia que nos sumerge en la esclavitud de las mujeres reclutadas por asociaciones legales como la Zwi Migdal (llamada en aquel entonces, la Argentina de 1927, la Varsovia) y puestas a trabajar en un país extraño, del que desconocen el idioma y todo lo que las rodea. Pero Drucaroff se cuida de caer en convencionalismos carentes de sentido o con un sentido ya paralizado, nos muestra por el contrario una visión humana de esa esclavitud, y con humana me refiero a contradictoria, compleja, incluso autocomplaciente: Dina llega al infierno, pero el infierno no es tan terrible como creyó en un primer momento, sino que es un infierno con grandes comodidades, con proyectos (se propone llegar a ser ella misma regenta algún día) y dinero en abundancia. Dina llega al infierno, y por momentos se siente bien de haberlo hecho. De ahí la idea de un «Infierno prometido», en clara alusión a la Tierra prometida de los judíos: por un lado la imagen terrible del infierno, pero por otro la realidad de que sólo lo bueno puede prometerse (lo malo, en rigor, se amenaza o impone).

En la estrechez del cuarto en que tiene que pasar la totalidad del día, Dina ve desfilar un sinnúmero de rostros y cuerpos sudorosos; pero de todos ellos hay tres que la marcarán profundamente y le harán conocer diferentes realidades del país en el que, por suerte o desgracia, le tocó vivir: el Juez de la Nación Leandro Tolosa (un hombre implacable que oculta su perversidad y depravación detrás de una máscara de justicia incorruptible), el inmigrante italiano y linotipista del diario Crítica Vittorio (que le va a acercar a Dina, por un lado, el amor y, por el otro, el mundo del anarquismo con todas sus reivindicaciones y todos sus ideales) y el corresponsal del mismo diario y escritor «el Loco» Godofredo (torturado por un matrimonio miserable, dispuesto a salvar a un alma pura encerrada en el cuerpo de una prostituta). Todos ellos contienen material para provechosas reflexiones; en especial el juez Tolosa, quien es el responsable (más que Vittorio y todas sus promesas de amor y libertad) de que Dina decida emprender la huida. Pero no es de ellos de quienes me interesaría hablar en este momento, sino del Loco Godofredo, ese personaje que, desde mi posición personal, fue recibido con extrañeza, después tolerado con fastidio y, al final, disfrutado con deleite.


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El Loco Godofredo: un “Loco” conocido

Como dije en el apartado anterior, el personaje de «el Loco» Godofredo despertó en mí tres reacciones diferentes y consecutivas: primero extrañeza, después fastidio y, por último, deleite. La extrañeza fue la consecuencia del primer encuentro con el personaje: evidentemente, un cronista de policiales del diario Crítica de 1927 da que pensar. Hasta ese momento pensé que el Loco Godofredo era un personaje basado en la figura de Roberto Arlt. Después caí en la cuenta de que Godofredo era, en efecto, uno de los nombres que el mismo Arlt se atribuía: Roberto Godofredo Christophersen Arlt. En ese momento, un entusiasmo (demasiado fugaz como para considerarlo una de las reacciones mencionadas) me visitó: tal vez el libro escondiera algunas claves que permitiesen reconstruir al escritor Arlt detrás del personaje de «el Loco». Pero el entusiasmo, como dije, se desvaneció enseguida: el personaje no ocultaba a Arlt, el personaje era, sin lugar a dudas, Arlt, sólo que no podía entender la razón de no llamarlo por su nombre (como se supone que tendría que hacer una novela histórica como ésta).

Haciendo un repaso (que no pretende ser exhaustivo), podemos ver algunos de los datos más relevantes:

- La cuestión del nombre, antes mencionada, bastaría para entablar el paralelismo, pero hay más.
- El matrimonio desafortunado del Loco se corresponde con el que tuvo Arlt.
- El Loco reflexiona sobre la vida y asegura: «La vida es puerca porque la volvemos puerca» (p. 109). Como se ve, la utilización de la frase «la vida puerca» (también en p. 111) nos hace recordar la primera novela de Arlt El juguete rabioso que, en un primer momento, iba a llamarse justamente La vida puerca y que después cambia de nombre por recomendación de Ricardo Güiraldes (escena aludida en la novela).
- Las amistades de Godofredo son las mismas de Arlt: es mencionado, como se acaba de decir, Ricardo Güiraldes, y también Enrique González Tuñón y Elías Castelnuovo.
- En un momento vemos cómo Godofredo va a cubrir una nota en que una señora amenaza con suicidarse y él en persona la convence de que no lo haga. Esa escena es bien conocida por todo aquél que leyó alguna biografía de Roberto Arlt. Incluso la fotografía de un Arlt heroico, mencionada en la novela, es todavía aludida por biógrafos y admiradores del escritor.
- El mismo Godofredo dice que su apellido (que no se especifica en ningún momento) es «impronunciable» (p. 257), lo mismo que decía Arlt del suyo.
- Ya llegando al final de la novela, y cuando Godofredo tiene que presentarse con un nombre falso ante el juez Tolosa, se hace llamar «Roberto Arteaga» (p. 288).

De seguro se me escapan unas cuantas alusiones, que una experta en la materia como Elsa Drucaroff (que escribió un libro sobre Arlt titulado Arlt profeta del miedo) debió haber sembrado para que un lector más perspicaz e informado que yo cosechara.

Hasta aquí, el interés se transformó en fastidio. ¿Por qué utilizar un nombre en clave para referirse a uno de los escritores más grandes que tuvo la Argentina? ¿Por qué, si todo conducía a él: los datos, las alusiones, incluso los epígrafes (cuatro capítulos llevan epígrafes de Arlt, tanto de Los siete locos como de las Aguafuertes)? ¿Por qué darle a algo servido en bandeja un tono enigmático, secreto? Pronto lo entendería, y el fastidio daría paso al más absoluto entusiasmo. En primer lugar, noté que al utilizar un nombre ficticio, Drucaroff ponía en escena una cuestión interesante: hacía explícita la duplicidad del personaje, por un lado Roberto Arlt, pero por otro alguien ficticio. Ambas naturalezas se enriquecían mutuamente[2]. Y en segundo lugar, pude ver que había algo enigmático, algo en clave, que no era el personaje de Godofredo en sí, sino lo que él estaba haciendo. ¿Estaba salvando a Dina? ¿Le estaba enseñando a leer con la intención de liberar su mente, su alma y su espíritu? ¿La estaba enamorando? No, no y no, en absoluto; estaba haciendo algo mucho más interesante, estaba gestando lo que dos o tres años después se transformaría en una de las novelas más importantes de la literatura argentina: Los siete locos.


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El infierno prometido: la historia de una novela

Los datos que corresponden a la elaboración y génesis de Los siete locos no son tan claros como los que corresponden al paralelismo entre Godofredo y Arlt. Hay que buscarlos, hay que estar atento, y, por supuesto, hay que tener presente la historia que tiene como protagonista al humillado Erdosain. Algunos datos interesantes (y al igual que en el punto anterior, no dudo de que Elsa, con su conocimiento sobre el tema, nos otorgó más de lo que pude rastrear) son los siguientes:

- Podemos ver cierto vocabulario técnico que, si bien pertenece a Arlt y se puede rastrear en otros de sus escritos, hace recordar mucho a Erdosain: «Parecía, pensó el Loco Godofredo, que su cuello de muñeca de goma se moviera por un mecanismo de suspensión hidráulica» (p. 110).
- Grosfeld, el rufián que trae a Dina de Polonia, sería el antecesor «real» que daría como resultado a Haffner, el «Rufián Melancólico» de Los siete locos. De hecho, cuando Godofredo lo ve por primera vez en un remate de mujeres, lo ve como un «rufián melancólico» (p. 112) y, como olvida de inmediato su nombre, lo llama «Gofner» (p. 111), cuya similitud con Haffner es evidente.
- La primera escena de Godofredo con Dina (p. 117) no es otra que la que Erdosain le relata a Hipólita en Los siete locos: ambos ingresan a la habitación después de que saliera un negro con labios de cartón; ambos permanecen allí sin tocar a la mujer; y ambos son despedidos con la frase «No vengas más porque si no, te hago echar» (con ligeras e insignificantes diferencias). De esta manera, la Lucién que nombra Erdosain no es otra que la Dina de El infierno prometido: el personaje principal en esta novela se convertirá en apenas una mención en Los siete locos. Por otra parte, no es inocente que el epígrafe del capítulo 5 de El infierno prometido sea justamente el relato de Erdosain a Hipólita.
- La misma concepción negativa de los comerciantes que aparece en boca de Godofredo también se ve en Erdosain.
- Godofredo piensa en Dina como en una «flor galvanizada» (p. 271) por salvar.
- El Buscador de Oro de Los siete locos tiene un correlato directo con el «Loco del Oro» que Godofredo conoce en el sur y que lo invita a unirse a él en la búsqueda de ese precioso metal.
- Por fin, ante la presencia de un cadáver (no diré de quién), Godofredo recomienda deshacerse de él con «ácido nítrico» (p. 321), la misma sustancia que recomienda Erdosain para deshacerse del cadáver de Barsut.

En fin, hay más, como la alusión de la importancia de los prostíbulos en la manutención de organizaciones mucho más grandes y complejas o como el mismo apodo de Godofredo, que lo convierte en una antelación de los otros locos que vendrán años más tarde.

De esta manera, vemos que Godofredo no es solamente Arlt (algo evidente), sino que también es Erdosain; y El infierno prometido no es solamente la historia de Dina, de esa joven polaca que es secuestrada y obligada a prostituirse, sino que es la historia de una historia, la historia de los orígenes de una gran novela (tal vez la mejor que vio el siglo XX en Argentina), la historia de la génesis de Los siete locos.

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[1] Drucaroff, Elsa, El infierno prometido, Buenos Aires, Sudamericana, 2006, p. 16. A continuación las citas se harán según esta edición.
[2] Por supuesto que todo personaje de una ficción histórica es, en última instancia y lleve el nombre que lleve, un personaje, es decir una entidad ficticia. Lo interesante de El infierno prometido es que trabaja con esto de manera explícita. Lo pone sobre la mesa y obliga al lector a reflexionar al respecto.
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- Drucaroff, Elsa, El infierno prometido, Buenos Aires, Sudamericana, 2006.

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Elsa Drucaroff es escritora, ensayista, periodista, investigadora y docente. Publicó las novelas La patria de las mujeres. Una historia de espías en la Salta de Güemes (1999) y Conspiración contra Güemes. Una historia de bandidos, patriotas, traidores (2002). Publicó numerosos artículos especializados en revistas académicas nacionales y extranjeras y dos ensayos: Mijaíl Bajtín, la guerra de las culturas (1995) y Arlt profeta del miedo (1998). Dirigió La narración gana la partida, el volumen 11 de la Historia crítica de la literatura argentina (2000), que supervisa Noé Jitrik. Dicta seminarios de literatura y teoría literaria en el ISP Joaquín V. González, de donde egresó, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Colaboró en diferentes medios masivos como periodista cultural. El infierno prometido (2006) es su última novela, por la cual Drucaroff dio conferencias en varias partes del mundo (entre ellas Polonia y Estados Unidos). El año 2008 fue importante para esta novela, ya que se volvió a relanzar en las librerías y se han vendido los derechos cinematográficos.

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SUDOR DE TINTA

Revista cultural.