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Por José M. Larrea
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Diario de la guerra del cerdo (1969), de Adolfo Bioy Casares, es una novela extraña, incómoda. Por momentos parece una novela fantástica, pero en rigor no lo es; algunos podrían decir que se trata de ciencia ficción, argumentando que plantea una sociedad en muchos aspectos futura, pero eso no sería exacto; lo que queda es decir que se trata de una novela realista, pero tampoco es realista. ¿Qué es entonces? No es nada de lo que dijimos, pero a su vez es todo eso junto. Diario de la guerra del cerdo es una novela inclasificable, que vale la pena volver a leer.
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- La vejez: lo repugnante en estado puro
Diario de la guerra del cerdo plantea una guerra generacional, de los jóvenes contra los «cerdos», epíteto dado a los viejos. Lo que se puede ver en muchos aspectos de la vida (el cruce generacional es principalmente notorio en los deportes, pero el mundo cultural no es ajeno a esto, pensemos sino en las vanguardias), en la novela adquiera una naturaleza radical. No sólo hay competencia entre las generaciones, no sólo hay recelo, sino que la lucha se vuelve explícita, una «guerra», y cuando hay una guerra gana el más fuerte, y éste suele ser el joven. Así, vemos cómo los viejos son víctimas de la violencia y la arrogancia de los jóvenes: se ve ya en el primer capítulo, cuando un grupo de jóvenes mata al diariero don Manuel sin ningún tipo de razón (como si pudiera haber razones cuando se trata de matar a alguien). La violencia se extiende a lo largo de toda la novela, y así somos testigos de distintos ataques, persecuciones y asesinatos, siempre de los jóvenes contra los viejos, los cuales se debaten entre los deseos de continuar su vida normal, la indignación y el miedo.
La novela está enfocada en el personaje de Isidoro Vidal, un hombre al límite de la vejez, que para algunos puede pasar por joven (al menos por el momento) y para otros por viejo, lo que lo pone en una situación errática que no lo excluye del peligro. Así, mientras que algunos le dicen que todavía es joven y que no tiene nada de qué preocuparse, en varias ocasiones debe huir de ataques juveniles y llega incluso a estar «marcado» para la muerte.
A medida que la novela avanza las medias tintas van quedando en el camino y las aguas se abren cada vez más, volviendo insostenible la cotidianeidad de Vidal y sus amigos, «los muchachos», los cuales no verán finalizar la guerra sin experimentar en el seno de su grupo la agresión y la muerte.
Lo más interesante de la novela es, tal vez, la reflexión que hace Bioy sobre la vejez (en un momento de su vida en que estaba ingresando inexorablemente en ella). Los viejos son presentados con crueldad, tanto que la publicación misma de Diario de la guerra del cerdo fracasó en Europa justamente porque los lectores tenían la misma edad que los viejos de la novela. De esta manera, podemos leer frases como: «Los viejos al hablar escupimos»[1], «En la vejez todo es triste y ridículo: hasta el miedo de morir» (p. 69), «Envuelto en cuero. Todo viejo se convierte en bestia» (p. 127), «No hay nada peor que la vejez» (pp. 177-178) y, tal vez la más demoledora, «”La enfermedad no es el enfermo” –pensó– “pero el viejo es la vejez y no tiene otra salida que la muerte”» (p. 184).
La vejez es el lugar de lo repugnante, de lo desvaído y de la muerte, pero lo interesante es que, en medio de la guerra, las principales razones contra los viejos no son dadas por los jóvenes, sino por los viejos mismos. Son ellos los primeros en odiar la vejez, y por eso casi ninguno se asume de buenas a primeras como viejo, y por eso Vidal llega a pensar: «Qué a gusto me siento con los jóvenes» (p. 32). Mientras que por un lado los jóvenes son violentos y descerebrados (aunque se dice que la guerra tiene sus razones, éstas no parecen guiar los ataques ni las agresiones), por el otro los viejos aparecen, muchas veces, como merecedores de la violencia de la que son víctimas: corretean a las muchachas, son egoístas y cobardes.
En Diario de la guerra del cerdo todos parecen haber perdido la belleza y la coherencia, arrastrados hasta los extremos de la violencia y la miseria.
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- Las razones de la guerra
Si bien todas las guerras son alimentadas por distintas proporciones de odio y miedo, en ellas también hay justificaciones que intentan ser racionales (al menos para el grupo que las sostiene). En «la guerra al cerdo» también hay razones, algunas de ellas incluso interesantes, que podemos mencionar aquí.
Por un lado, tenemos razones del tipo psicoanalíticas, como «En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser» (p. 107) o «A través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! (…) matar a un viejo equivale a suicidarse» (p. 180).
También encontramos razones de índole sociopolíticas, como por ejemplo:
–La juventud es presa de desesperación –repitió Faber–. En un futuro próximo, si el régimen democrático se mantiene, el hombre viejo es el amo. Por simple matemática, entiéndanme. Mayoría de votos. ¿Qué nos enseña la estadística, vamos a ver? Que la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y que mañana vendrá a los cien. Perfectamente. (…) Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos. (p. 147)
Las razones para declararle la guerra al cerdo, al parecer, sobran. Las dimensiones de este artículo no me permiten desarrollarlas, pero vale la pena leerlas, para rastrear en ellas la ironía de Bioy y la fuente misma de su miedo a lo inevitable.
Diario de la guerra del cerdo es un clásico de la literatura argentina. Muchos me dirán que los clásicos no se recomiendan, y tal vez tengan razón. Pero lo que pasa con este clásico (y con muchos otros), es que no es leído con la regularidad que se merece. Es recordado, mencionado, pero no lo suficientemente leído. Espero contribuir un poco a que eso cambie, con la convicción absoluta de que también los clásicos se pueden (y se deben) volver a leer.
Diario de la guerra del cerdo (1969), de Adolfo Bioy Casares, es una novela extraña, incómoda. Por momentos parece una novela fantástica, pero en rigor no lo es; algunos podrían decir que se trata de ciencia ficción, argumentando que plantea una sociedad en muchos aspectos futura, pero eso no sería exacto; lo que queda es decir que se trata de una novela realista, pero tampoco es realista. ¿Qué es entonces? No es nada de lo que dijimos, pero a su vez es todo eso junto. Diario de la guerra del cerdo es una novela inclasificable, que vale la pena volver a leer.
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- La vejez: lo repugnante en estado puro
Diario de la guerra del cerdo plantea una guerra generacional, de los jóvenes contra los «cerdos», epíteto dado a los viejos. Lo que se puede ver en muchos aspectos de la vida (el cruce generacional es principalmente notorio en los deportes, pero el mundo cultural no es ajeno a esto, pensemos sino en las vanguardias), en la novela adquiera una naturaleza radical. No sólo hay competencia entre las generaciones, no sólo hay recelo, sino que la lucha se vuelve explícita, una «guerra», y cuando hay una guerra gana el más fuerte, y éste suele ser el joven. Así, vemos cómo los viejos son víctimas de la violencia y la arrogancia de los jóvenes: se ve ya en el primer capítulo, cuando un grupo de jóvenes mata al diariero don Manuel sin ningún tipo de razón (como si pudiera haber razones cuando se trata de matar a alguien). La violencia se extiende a lo largo de toda la novela, y así somos testigos de distintos ataques, persecuciones y asesinatos, siempre de los jóvenes contra los viejos, los cuales se debaten entre los deseos de continuar su vida normal, la indignación y el miedo.
La novela está enfocada en el personaje de Isidoro Vidal, un hombre al límite de la vejez, que para algunos puede pasar por joven (al menos por el momento) y para otros por viejo, lo que lo pone en una situación errática que no lo excluye del peligro. Así, mientras que algunos le dicen que todavía es joven y que no tiene nada de qué preocuparse, en varias ocasiones debe huir de ataques juveniles y llega incluso a estar «marcado» para la muerte.
A medida que la novela avanza las medias tintas van quedando en el camino y las aguas se abren cada vez más, volviendo insostenible la cotidianeidad de Vidal y sus amigos, «los muchachos», los cuales no verán finalizar la guerra sin experimentar en el seno de su grupo la agresión y la muerte.
Lo más interesante de la novela es, tal vez, la reflexión que hace Bioy sobre la vejez (en un momento de su vida en que estaba ingresando inexorablemente en ella). Los viejos son presentados con crueldad, tanto que la publicación misma de Diario de la guerra del cerdo fracasó en Europa justamente porque los lectores tenían la misma edad que los viejos de la novela. De esta manera, podemos leer frases como: «Los viejos al hablar escupimos»[1], «En la vejez todo es triste y ridículo: hasta el miedo de morir» (p. 69), «Envuelto en cuero. Todo viejo se convierte en bestia» (p. 127), «No hay nada peor que la vejez» (pp. 177-178) y, tal vez la más demoledora, «”La enfermedad no es el enfermo” –pensó– “pero el viejo es la vejez y no tiene otra salida que la muerte”» (p. 184).
La vejez es el lugar de lo repugnante, de lo desvaído y de la muerte, pero lo interesante es que, en medio de la guerra, las principales razones contra los viejos no son dadas por los jóvenes, sino por los viejos mismos. Son ellos los primeros en odiar la vejez, y por eso casi ninguno se asume de buenas a primeras como viejo, y por eso Vidal llega a pensar: «Qué a gusto me siento con los jóvenes» (p. 32). Mientras que por un lado los jóvenes son violentos y descerebrados (aunque se dice que la guerra tiene sus razones, éstas no parecen guiar los ataques ni las agresiones), por el otro los viejos aparecen, muchas veces, como merecedores de la violencia de la que son víctimas: corretean a las muchachas, son egoístas y cobardes.
En Diario de la guerra del cerdo todos parecen haber perdido la belleza y la coherencia, arrastrados hasta los extremos de la violencia y la miseria.
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- Las razones de la guerra
Si bien todas las guerras son alimentadas por distintas proporciones de odio y miedo, en ellas también hay justificaciones que intentan ser racionales (al menos para el grupo que las sostiene). En «la guerra al cerdo» también hay razones, algunas de ellas incluso interesantes, que podemos mencionar aquí.
Por un lado, tenemos razones del tipo psicoanalíticas, como «En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser» (p. 107) o «A través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! (…) matar a un viejo equivale a suicidarse» (p. 180).
También encontramos razones de índole sociopolíticas, como por ejemplo:
–La juventud es presa de desesperación –repitió Faber–. En un futuro próximo, si el régimen democrático se mantiene, el hombre viejo es el amo. Por simple matemática, entiéndanme. Mayoría de votos. ¿Qué nos enseña la estadística, vamos a ver? Que la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y que mañana vendrá a los cien. Perfectamente. (…) Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos. (p. 147)
Las razones para declararle la guerra al cerdo, al parecer, sobran. Las dimensiones de este artículo no me permiten desarrollarlas, pero vale la pena leerlas, para rastrear en ellas la ironía de Bioy y la fuente misma de su miedo a lo inevitable.
Diario de la guerra del cerdo es un clásico de la literatura argentina. Muchos me dirán que los clásicos no se recomiendan, y tal vez tengan razón. Pero lo que pasa con este clásico (y con muchos otros), es que no es leído con la regularidad que se merece. Es recordado, mencionado, pero no lo suficientemente leído. Espero contribuir un poco a que eso cambie, con la convicción absoluta de que también los clásicos se pueden (y se deben) volver a leer.
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[1] Bioy Casares, Adolfo, Diario de la guerra del cerdo, Buenos Aires, Emecé, 2005, p. 51. A continuación, las citas se harán según esta edición.
[1] Bioy Casares, Adolfo, Diario de la guerra del cerdo, Buenos Aires, Emecé, 2005, p. 51. A continuación, las citas se harán según esta edición.
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- Bioy Casares, Adolfo, Diario de la guerra del cerdo, Buenos Aires, Emecé, 2005.
- Bioy Casares, Adolfo, Diario de la guerra del cerdo, Buenos Aires, Emecé, 2005.
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Adolfo Bioy Casares (1914-1999) nació, vivió y murió en Buenos Aires. Su carrera como escritor comenzó en 1940 con la publicación de La invención de Morel (premiado con el Primer Premio Municipal en 1941). Entre sus obras más destacadas se pueden mencionar Plan de evasión (1945), El sueño de los héroes (1954), Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1975). Frecuentó el humor, la literatura fantástica, el policial y la ciencia ficción. Junto a Jorge Luis Borges, escribió bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y B. Suárez Lynch. En 1990 recibió el Premio Cervantes.
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Adolfo Bioy Casares (1914-1999) nació, vivió y murió en Buenos Aires. Su carrera como escritor comenzó en 1940 con la publicación de La invención de Morel (premiado con el Primer Premio Municipal en 1941). Entre sus obras más destacadas se pueden mencionar Plan de evasión (1945), El sueño de los héroes (1954), Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1975). Frecuentó el humor, la literatura fantástica, el policial y la ciencia ficción. Junto a Jorge Luis Borges, escribió bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y B. Suárez Lynch. En 1990 recibió el Premio Cervantes.
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