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Por Lucas Berruezo
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LA DECADENCIA DE LA CULTURA
Una obra única, en todo sentido…
Plop es la primera y única novela publicada de Rafael Pinedo, escritor que nos ha dado el placer y el privilegio de ser testigos de una de las mejores novelas argentinas de los últimos diez años (al menos). Por desgracia, Pinedo falleció a fines de 2006 sin haber trascendido la medida justa de su merecimiento. Nació en Buenos Aires en 1952 y empezó a escribir desde muy chico, aunque a los 18 años quemó toda su producción, retomando la escritura casi veinte años más tarde. Se licenció de computador científico por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y fue también actor de teatro. En 2002 Plop ganó el Premio Casa de las Américas, aunque la repercusión en Argentina fue casi nula. Si bien se habló de una novela póstuma con el nombre Subte a publicarse en 2007, todavía no se sabe nada al respecto.
Por esto mismo, Plop es una novela especial, no sólo por la calidad de su escritura (“dueño de un estilo único y desafiante” definió Página 12 al cubrir el fallecimiento de Pinedo) y por lo original de su trama, sino también por ser, al menos hasta el momento, la novela única de un escritor único.
Mundos distintos pero la misma decadencia: la cultura
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Plop está ubicada en un mundo que no es el nuestro; o tal vez lo sea, en un futuro, pero lo cierto es que nada en la novela nos permite asegurar eso, sólo intuirlo. El escenario se corresponde con lo que uno podría imaginar sobre lo que quedaría después de un enfrentamiento nuclear de magnitudes apocalípticas: suelos contaminados, desechos de civilizaciones pretéritas, agua que sólo puede consumirse si no ha tocado el suelo, grupos de sobrevivientes que se desplazan de un lado a otro en busca de comida… Las sociedades que en Plop se arman y mantienen (llamadas Grupos) tienen sus propias reglas, sus propios tabúes, sus propias fiestas y tradiciones. La violencia en ellas es algo tan común que los personajes pueden presenciar actos de zoofilia o de abuso de menores con la misma indiferencia con que nosotros podemos ver un partido de fútbol. Y allí, en ese mundo-otro, nace del vientre de una mujer que camina Plop, el personaje que da nombre a la novela.
Así, el mundo de Plop es otro, no es el nuestro, y, sin embargo, podemos ver en él una metáfora clara de la decadencia que está sufriendo nuestra sociedad en lo que se refiere a la cultura. En el Grupo al que pertenece Plop, la escritura forma parte del pasado que ha desaparecido; la lectura, por su parte, es el privilegio de una sola persona, la vieja Goro, quien cuida a Plop como si fuera su madre (dentro de la idea de madre que permite pensar la novela y que no excluye descuartizar a su hijo para alimentar a los chanchos si se encuentra enfermo). Cuando la vieja Goro lee, el Grupo entero la escucha, sorprendido y extasiado. No importa lo que lee (de hecho, se trata de un texto científico que no está al alcance de la comprensión de ninguno de los integrantes del Grupo), sino que lee. El acto de lectura está rodeado de un «aura» que le otorga una naturaleza mágica:
La vieja se metió la mano entre las tetas y sacó un sobre de cuero que llevaba colgado del cuello. De ahí extrajo unas hojas de papel; Plop nunca había visto tantas juntas y enteras.
(…) empezó a leer:
(…)
Plop se aburría. Miró a la gente a su alrededor. Estaban en trance, con los ojos fijos en la vieja. No comprendía lo que les pasaba. La vieja parecía tener una estatura mucho mayor que la habitual y su voz le retumbaba dentro de la cabeza.
(…)
Todos, menos Plop, cayeron de rodillas ante la vieja. Ella tenía en la cara un gesto que podía ser una sonrisa[1] .
Como se ve, la vieja, al leer, se separa del común del grupo (todos analfabetos) y se convierte en otra persona (cambio simbolizado por la estatura), digna de admiración hasta el punto de que se ponen de rodillas ante ella. La vieja Goro es diferente, la vieja Goro puede leer.
En algún tiempo, no muy lejano en la historia del mundo aunque bastante remoto en los años de vida que tiene nuestro país, los intelectuales eran miembros de un sector distinto de la sociedad. Con distintos no me refiero a mejores (desde hoy podemos ver que no lo eran, basta con echar una mirada a Lugones y a sus infames discursos sobre «la hora de la espada»), sino a dignos de ser consultados sobre cuestiones de política y desarrollo social. Los intelectuales eran interpelados y oídos. No importaba que se equivocaran o que sus ideas no estuvieran del todo claras ni fueran del todo sabias, se esperaba de ellos algo, y ellos tenían que estar a la altura de las expectativas. De allí nacieron corrientes como el arielismo, que ubicaban a los jóvenes intelectuales como guías de la sociedad y los encargados de redimirla.
Pero esos tiempos pasaron y ya no hay arielismo que interpele a los intelectuales. La política, hoy por hoy, está manipulada por hombres inescrupulosos y de frío corazón que jamás serían tomados por intelectuales, sino, en todo caso, por ignorantes e inservibles que sólo poseen un talento limitado y específico: el de llenarse los bolsillos a costa de las penurias de los ciudadanos. Bastaron tres o cuatro generaciones para que la cultura haya pasado de ser un valor de prestigio a un peso muerto en espaldas doloridas.
¿Y en Plop? ¿Por qué decir que Plop encierra una metáfora de nuestra sociedad si allí la cultura (vista como la simple capacidad de leer) es respetada, admirada y hasta alabada? La respuesta es sencilla: esa admiración y alabanza que despierta la lectura en el Grupo de Plop desaparece como desapareció el respeto de la cultura en nuestra sociedad. El paso de una generación a otra fue suficiente para que todo se derrumbara.
La vieja le enseña a leer a Plop y al hacerlo le muestra que no es la única que sabe hacerlo: hay un grupo reducido de personas que comparten esa habilidad. Y Plop aprende, no lo hace tan bien como la vieja, pero al menos logra hacerlo. Y cuando llega el momento de demostrar su habilidad ante el Grupo, cuando se ve en la necesidad de ganarse la confianza y la admiración de sus conciudadanos, Plop lee, y la respuesta es nula:
Sacó el sobre de cuero que se había colgado del cuello. Sacó los papeles de la vieja. Miró alrededor. No encontró las caras atentas que esperaba.
–Voy a leer.
(…)
Conversaban, se formaban grupos.
Empezó a leer con dificultad. Con la lengua trabada.
(…)
Nadie lo escuchaba. La gente se puso a marcar el ritmo y a bailar.
Él leía. Lo ignoraban.
Tiró los papeles al suelo, al barro. (Pinedo, pp. 126-127)
Lo que antes era digno de admiración y respeto, se convierte una generación después en algo que despierta desprecio y rechazo. Claro que el comportamiento de Plop es responsable de que esto ocurra, como también el comportamiento de nuestros intelectuales (pasados y contemporáneos) es de seguro responsable del lugar marginal que hoy ocupan. De cualquier forma, es interesante ver cómo en Plop, una novela que podríamos catalogar de ciencia ficción, la evolución de la cultura en ese mundo-otro no es más (ni menos) que una metáfora de la evolución de nuestra propia cultura. En cierta forma, podemos ver en Plop, entre muchas otras cosas, una elegía a la cultura degradada y perdida.
Así, el mundo de Plop es otro, no es el nuestro, y, sin embargo, podemos ver en él una metáfora clara de la decadencia que está sufriendo nuestra sociedad en lo que se refiere a la cultura. En el Grupo al que pertenece Plop, la escritura forma parte del pasado que ha desaparecido; la lectura, por su parte, es el privilegio de una sola persona, la vieja Goro, quien cuida a Plop como si fuera su madre (dentro de la idea de madre que permite pensar la novela y que no excluye descuartizar a su hijo para alimentar a los chanchos si se encuentra enfermo). Cuando la vieja Goro lee, el Grupo entero la escucha, sorprendido y extasiado. No importa lo que lee (de hecho, se trata de un texto científico que no está al alcance de la comprensión de ninguno de los integrantes del Grupo), sino que lee. El acto de lectura está rodeado de un «aura» que le otorga una naturaleza mágica:
La vieja se metió la mano entre las tetas y sacó un sobre de cuero que llevaba colgado del cuello. De ahí extrajo unas hojas de papel; Plop nunca había visto tantas juntas y enteras.
(…) empezó a leer:
(…)
Plop se aburría. Miró a la gente a su alrededor. Estaban en trance, con los ojos fijos en la vieja. No comprendía lo que les pasaba. La vieja parecía tener una estatura mucho mayor que la habitual y su voz le retumbaba dentro de la cabeza.
(…)
Todos, menos Plop, cayeron de rodillas ante la vieja. Ella tenía en la cara un gesto que podía ser una sonrisa[1] .
Como se ve, la vieja, al leer, se separa del común del grupo (todos analfabetos) y se convierte en otra persona (cambio simbolizado por la estatura), digna de admiración hasta el punto de que se ponen de rodillas ante ella. La vieja Goro es diferente, la vieja Goro puede leer.
En algún tiempo, no muy lejano en la historia del mundo aunque bastante remoto en los años de vida que tiene nuestro país, los intelectuales eran miembros de un sector distinto de la sociedad. Con distintos no me refiero a mejores (desde hoy podemos ver que no lo eran, basta con echar una mirada a Lugones y a sus infames discursos sobre «la hora de la espada»), sino a dignos de ser consultados sobre cuestiones de política y desarrollo social. Los intelectuales eran interpelados y oídos. No importaba que se equivocaran o que sus ideas no estuvieran del todo claras ni fueran del todo sabias, se esperaba de ellos algo, y ellos tenían que estar a la altura de las expectativas. De allí nacieron corrientes como el arielismo, que ubicaban a los jóvenes intelectuales como guías de la sociedad y los encargados de redimirla.
Pero esos tiempos pasaron y ya no hay arielismo que interpele a los intelectuales. La política, hoy por hoy, está manipulada por hombres inescrupulosos y de frío corazón que jamás serían tomados por intelectuales, sino, en todo caso, por ignorantes e inservibles que sólo poseen un talento limitado y específico: el de llenarse los bolsillos a costa de las penurias de los ciudadanos. Bastaron tres o cuatro generaciones para que la cultura haya pasado de ser un valor de prestigio a un peso muerto en espaldas doloridas.
¿Y en Plop? ¿Por qué decir que Plop encierra una metáfora de nuestra sociedad si allí la cultura (vista como la simple capacidad de leer) es respetada, admirada y hasta alabada? La respuesta es sencilla: esa admiración y alabanza que despierta la lectura en el Grupo de Plop desaparece como desapareció el respeto de la cultura en nuestra sociedad. El paso de una generación a otra fue suficiente para que todo se derrumbara.
La vieja le enseña a leer a Plop y al hacerlo le muestra que no es la única que sabe hacerlo: hay un grupo reducido de personas que comparten esa habilidad. Y Plop aprende, no lo hace tan bien como la vieja, pero al menos logra hacerlo. Y cuando llega el momento de demostrar su habilidad ante el Grupo, cuando se ve en la necesidad de ganarse la confianza y la admiración de sus conciudadanos, Plop lee, y la respuesta es nula:
Sacó el sobre de cuero que se había colgado del cuello. Sacó los papeles de la vieja. Miró alrededor. No encontró las caras atentas que esperaba.
–Voy a leer.
(…)
Conversaban, se formaban grupos.
Empezó a leer con dificultad. Con la lengua trabada.
(…)
Nadie lo escuchaba. La gente se puso a marcar el ritmo y a bailar.
Él leía. Lo ignoraban.
Tiró los papeles al suelo, al barro. (Pinedo, pp. 126-127)
Lo que antes era digno de admiración y respeto, se convierte una generación después en algo que despierta desprecio y rechazo. Claro que el comportamiento de Plop es responsable de que esto ocurra, como también el comportamiento de nuestros intelectuales (pasados y contemporáneos) es de seguro responsable del lugar marginal que hoy ocupan. De cualquier forma, es interesante ver cómo en Plop, una novela que podríamos catalogar de ciencia ficción, la evolución de la cultura en ese mundo-otro no es más (ni menos) que una metáfora de la evolución de nuestra propia cultura. En cierta forma, podemos ver en Plop, entre muchas otras cosas, una elegía a la cultura degradada y perdida.
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[1] Pinedo, Rafael, Plop, Buenos Aires, Interzona, 2004, pp. 45-47. A continuación las citas se harán según esta edición.
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- Pinedo, Rafael, Plop, Buenos Aires, Interzona, 2004.
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- Pinedo, Rafael, Plop, Buenos Aires, Interzona, 2004.
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Rafael Pinedo (1954 - 2006) nació en Buenos Aires Se licenció en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de esa ciudad, donde ejerció como informático y, durante un tiempo, actor teatral. A los dieciocho años quemó todo lo que había escrito hasta entonces, y sólo a los cuarenta retomó la producción literaria. Entre otras menciones en diversos concursos de Latinoamérica y España, con Plop obtuvo el Primer Premio de Novela Casa de las Américas en 2002, y en 2004 fue finalista del Premio Planeta - Argentina con Frío.
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Dan ganas de leerlo. No conocia al autor pero siempre da pena perder gente joven y valiosa...
ResponderEliminarLo interesante de esta novela, es revisar el lugar que tiene la cultura dentro de ese mundo en ruinas. Más precisamente, el lugar de los libros que como objeto de saber circula de manera periférica. Cuando todo aspecto de la civilización está en ruinas, lo único que pareciera no perder su valor son los libros.
ResponderEliminarL.DL.
La mejor novela de la literatura argentina de los últimos tiempos. Lejos.
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