LOS TOPOS, de Félix Bruzzone

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Por Mateo Salinas
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HISTORIAS QUE MERECEN SER CONTADAS…
E HISTORIAS QUE NO

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- Los topos: una novela de desaparecidos

Los topos pone en escena a un joven hijo de desaparecidos, que debe llenar los espacios vacíos de su historia familiar con lo que puede escuchar, escondido y a hurtadillas, de sus abuelos. De esa manera se entera de que su padre fue un traidor, que entregó a su madre y a sus amigos a los militares y que después éstos, sin ningún tipo de piedad, lo «desaparecieron» a él también. Su abuela, Lela, tiene la convicción de que su hija tuvo otro hijo en cautiverio, y va a dedicar los últimos años de su vida a la búsqueda y recuperación de aquel nieto perdido. Así, venden su casa de Moreno y juntos se mudan a un departamento a pocos metros de la ESMA, donde la anciana supone que su hija pasó sus últimos días. Hasta aquí, una historia que promete mucho, que abre muchas puertas y que, al estar narrada con una calidad innegable, nos obliga a seguir leyendo. Después, todo se va desdibujando: Lela muere sin cumplir con su cometido; la novia del narrador, Romina, queda embarazada y deciden abortar; el narrador se separa de Romina, vende el departamento y vuelve a la casa de Moreno, que ya no es suya y que, además, parece abandonada; comienza a refaccionar la casa sin saber a quién pertenece; conoce a Maira, un travesti con sospechas de ser asesino de policías, y se enamora de él; después Maira desaparece misteriosamente; Romina también desaparece, a su manera, ya que se va a vivir a Bariloche, junto con una amiga y, tal vez, el hijo de ambos que se supone no había nacido. Y el narrador continúa con su periplo, conociendo gente nueva: Mariano, Mica, el Alemán, etc. Toda una galería de personajes que van desde ingenieros hasta nuevos travestis, pasando por estudiantes universitarios.

Los topos es, sin lugar a dudas, una novela de desaparecidos. La mayoría de los personajes, que desde el principio se van presentando, van desapareciendo a medida que la historia avanza. Ya se mencionó el hecho de que los padres del narrador son, efectivamente, desaparecidos, pero también desaparece Romina, y Maira, y Mariano, y Mica, y, a su manera, Lela, el abuelo y Rubén, arrebatados por la muerte. Los personajes aparecen, gravitan un rato alrededor del narrador, y luego se retiran sin que se sepa mucho de ellos.


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- El arte de contar historias

Yo creo en la literatura que cuenta historias. Y con esto no quiero decir que cuente cualquier anécdota, sino historias con cierto grado de elaboración. Tal vez es una idea muy tradicional de la literatura, tal vez muy “vieja”, pero no me queda más que creer en ella. Ya estoy harto de que se piense que porque no se dice nada se dice mucho. “Escribir bien” no es, para mí, sólo un buen estilo, sino contar algo con buen estilo. Si no se cuenta nada, aunque se escriba correctamente, no se escribe una buena novela, como una serie de excelentes tomas cinematográficas no hacen, por eso, una buena película. Esto no es algo nuevo, sino que en el seno de la revista se viene discutiendo desde el primer número. En la vida real un acontecimiento no lleva necesariamente a otro, los destinos se terminan en cualquier momento y las personas entran y salen de nuestra vida sin cumplir ninguna finalidad en especial. Básicamente, en la vida real y cotidiana rige la casualidad. ¿Pero ocurre lo mismo en la literatura? Mi opinión es que no debería ocurrir lo mismo, que para historias corrientes tenemos las de la vida real, y que la literatura tiene que trabajar con la causalidad y la elaboración de significados. Como dije, esto ya lo discutimos en el número anterior. Ahora, un número después y con un autor que puede (y debe) ser considerado de la nueva generación, nos encontramos con lo mismo: se escribe correctamente, con buen estilo, pero la historia que se cuenta carece de elaboración. Es una lástima, ya que la literatura nos permite experimentar lo que la vida cotidiana, la mayoría de las veces, nos niega.

¿Pero qué significa exactamente causalidad y elaboración de significados? Simplemente líneas narrativas, caminos argumentativos que en una novela son siempre tan importantes. Por ejemplo, si un personaje se enamora de una persona que tiene un gran misterio rondándole, que puede ser su hermano o hermana, que puede ser un asesino o asesina, que puede querer incluso matarle, esa persona tiene que, en rigor, definirse de alguna manera. No puede simplemente irse como si nada hubiera pasado, como si ninguna respuesta fuera necesaria (lo que sí puede ocurrir en la vida real). En Los topos, esta falta de líneas narrativas puede llegar a exasperar al lector, y no porque no plantee caminos, sino porque esos caminos nunca llegan a ninguna parte.

Lo difícil de escribir una novela es no perder el hilo de las historias que se van planteando, no olvidarse de ningún personaje en el camino, no dejar ninguna historia interrumpida. En Los topos ninguna puerta se cierra, como si el autor, Félix Bruzzone, se hubiese propuesto que nada cuadre: nunca se sabe si Romina tuvo el hijo, qué le pasó a Maira, si Maira era efectivamente el hermano del narrador (aunque por el parecido físico puede inferirse que sí lo era), qué significaban las fotos morbosas del Alemán, etc., etc., etc. De hecho, tampoco los objetivos del narrador, que de alguna manera hacen avanzar la historia, se concretan: decide viajar a Bariloche y, oh casualidad, todo su mundo se traslada hacia allí, Romina, su posible hijo, incluso Maira había tenido planes de viajar hacia allí, conoce a Mariano que, oh casualidad, tiene una oferta de trabajo en esa misma ciudad, etc.; todo indicaría que en Bariloche va a haber una gran definición de la trama que se planteó en la primera parte, pero esa definición nunca llega. El narrador habla con Romina, pero no averigua nada de su hijo y a ella no la vuelve a ver, Mariano queda en el camino convertido en un loco sectario y místico, Maira jamás vuelve a aparecer, y así… Otro ejemplo: el narrador se hace travesti para averiguar el paradero de Maira y vengarse del Alemán (considerándolo un chivo expiatorio, además de su posible padre, cosa que tampoco se confirma) y jamás se venga ni averigua nada. No dudo de que muchos dirán que este «estilo» es revelador («hablaría de nuestra existencia fragmentaria, de la imposibilidad de concretar nuestros proyectos o de forjar vínculos, etc.», podrán decir), pero para mí no es más que falta de trabajo. Si en ciento ochenta y pico de páginas no se puede redondear ni una sola de las múltiples historias, ¿qué se puede esperar de una novela de trescientas o de quinientas páginas?
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- Conclusión

La novela Los topos, de Félix Bruzzone, está escrita en un correcto estilo y de seguro va a ser elogiada por muchos críticos (de hecho, ya lo ha sido). Tiene todo lo que les gusta a ellos (lo que se podría llamar «el bajo fondo»): travestis, homosexualidad, prostitución, violencia y alusiones a los desaparecidos. Para mí, es una novela a la que le falta una línea conductora que haga de todo eso una buena historia. Opiniones más, opiniones menos.
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- Bruzzone, Félix, Los topos, Buenos Aires, Mondadori, 2008.
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Félix Bruzzone nació en 1976 en la ciudad de Buenos Aires. Estudió Letras. Se desempeña como maestro primario y es coeditor del sello independiente Editorial Tamarisco. Participó en las antologías Uno a uno, Buenos Aires/Escala 1:1 y En celo y, además, publicó el libro de cuentos 76. Los topos es su primera novela.
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