LAS VIUDAS DE LOS JUEVES, de Claudia Piñeiro

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Por Deborah Behar



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Con Las viudas de los jueves ingresamos a un Barrio Cerrado situado en la periferia de Buenos Aires a fines de los 90, período en que tiene lugar un cambio coyuntural que es a la vez necesidad ideológica de un sector particular. La novela propone como escenario la vida en Altos de la Cascada, un Country Club –club para ir a pasar el fin de semana y descansar- que pasa a ser Barrio Privado; es decir que con el correr de los años se transforma –para una clase media en ascenso- en proyecto de vivienda permanente, en hogar.

Allí, una vida “normal” (y esta palabra en la novela tiene una carga polisémica ligada sobre todo a las ideas de norma y de homogeneidad), deja de serlo a partir de que la muerte traspasa los alambrados del Barrio. ¿Sólo a partir de este momento?


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- Sobre el género literario

No cabe duda de que lo central de la trama es el desenlace de los primeros dos capítulos. Comenzamos leyendo un presente que nos cuenta un asesinato múltiple. Entonces, como destejiendo un ovillo, el flashback nos retrotrae a las relaciones entre los vecinos del Barrio Altos de la Cascada; su llegada, su modo de vida y sus costumbres, para terminar develando el misterio que abre la novela. Volveremos al presente de la narración sólo en los últimos capítulos. De aquí que, si bien la novela entronca con el género policial (pues hay un enigma ligado a la muerte que debe ser resuelto, en eso se basan las expectativas al comenzar la lectura del libro), aparece una fuerte fascinación por narrar no tanto una tragedia, sino un modo de vivir, de pensar, de funcionar, de constituirse como tales, de los integrantes de este Barrio –por extensión podríamos decir de los habitantes de cualquier barrio privado-. Hay una fascinación por contar un mundo que parece lleno de certezas pero que está fuertemente basado en mantener obturados los vacíos. Estas certezas aseguran el bienestar –primordialmente el buen pasar económico- pero sobre todo se sustentan en la estricta conformación de un tipo de vida reglamentado y controlado –“puertas adentro”-. No cualquiera accede y si se sale es por exilio, escape o muerte.

El ojo entonces satisface su fascinación poniendo el foco en la fauna que conforma Altos de la Cascada y la novela opera como un laboratorio de observación que condensa su peso específico en la narración de los detalles de una vida llena de excentricidades. Pero para que esto funcione se apela al concepto hecho carne por las diferentes Comisiones que regulan la disciplina -tanto de niños como de adultos- de la homogeneidad. La poca tolerancia a la diferencia se traduce en riesgo para el ecosistema construido. El riesgo es la diferencia y la diferencia se nombra como anormalidad.


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- ¿Quién narra en esta historia?

Hay en principio una narradora, un personaje principal, quien se encarga de hacer ingresar a los nuevos inquilinos o compradores del Barrio. Virginia es la que primero ve a los nuevos, la vendedora inmobiliaria. Y aquí el uso de un nombre comercial permite desdoblar a este personaje: Virginia narra, pero Mavi registra. La Libreta Roja de Mavi funciona sinecdóquicamente a la matriz de la novela. La libreta es la plasmación textual, en la novela, del fetiche de la autora. Y este tiene que ver no tanto con el tipo de vida que se relata, sino con la posibilidad de registro de esa vida, de lo que se cuenta y sobre todo de lo que no. Es el espacio para poner en cuestión la “normalidad” del modo de vida de quienes habitan el barrio. Y Mavi anota en su Libreta Roja que los clientes son potenciales amigos –connotando en esta posible relación el ideal del Barrio: la seguridad puesta en términos de la construcción de un “nosotros”-. Y también viceversa, los amigos son potenciales clientes... pero finalmente estas categorías aparecerán puestas en cuestión.

Pero, no sólo narra Virginia.


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- Una alquimia interesante

Hay una alternancia de narradores. Varios capítulos son narrados por Virginia, y varios están a cargo de un narrador que regula y selecciona cuidadosamente lo que dejará entrar desde fuera del alambrado hacia la historia narrada. Pero lo que interesa no son los elementos –el afuera y el adentro-, sino las proporciones que, claramente, no son idénticas. Y es en esta diferencia donde se condensa la apuesta de la novela.

Lo que llega de afuera (del otro lado del alambrado) lo hace por canales marginales y difusos: el Tano cambiando la estación de radio para no oír sobre inundaciones en el interior del país, el registro de los “efectos económicos” que anota Virginia en su libreta, los cimarrones que se escabullen por los senderos hasta entonces impenetrables del Barrio. Estos invasores podrían ser el desplazamiento semántico en el plano de lo real de la fantasía que tienen los habitantes de La Cascada: la continua sensación del afuera como una amenaza. Poner un muro es la solución que la Comisión encuentra a la vulnerabilidad entendida en términos de invasión. Y esta invasión es sobre todo visual. Que se cuelen las miradas ajenas en el Barrio incomoda y genera la necesidad de construir un límite que obture la visión foránea.

En un plano metafórico, el ingreso de la muerte a La Cascada marca la irrupción de la realidad. Podríamos pensar paralelamente en el modo en que opera la lógica infantil: al incorporar la dimensión de la muerte el niño da un paso hacia la adultez. Y la muerte no era algo de lo que preocuparse en Altos de la Cascada. En este punto los géneros se atraviesan y justifican. Es justamente el ingreso de esta dimensión, que la autora elige representar con procedimientos del género policial, lo que marca el clímax y el fin de una época signada por la abundancia y la certeza de la permanencia.

En este sentido, podríamos hacer extensiva a esta novela una pequeña, aunque valiosa, hipótesis que aparece en Tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia. Este autor afirma que en un cuento siempre se narran dos historias: la primera es la explícita, la segunda se narra mediante la alusión y el sobreentendido. Hay mucho de este juego, entre lo que se muestra y lo que no, en la novela de Piñeiro y nosotros como espectadores disponemos de una rendija que se mantiene abierta a partir de ciertos personajes y de la posición particular de los narradores. En Las viudas de los jueves se narra una historia, pero paralelamente se la representa llena de poros por los que se filtra la historia aludida, la del país a fines de los 90. El relato entonces, opera como la escenificación del derrumbe de un sueño coyuntural y de clase, que es a su vez atravesado por el reverso de ese sueño –y tal vez en ello radique la fascinación por narrar en detalle, incluso sociológicamente, este ecosistema-.


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- Las viudas

La realidad llega a las mujeres de La Cascada a través de los relatos que hacen sus maridos cuando vuelven del trabajo. La realidad, para las mujeres de La Cascada, es el relato de la realidad. Llega contada, dispersa, fragmentada quizás, porque es algo de lo que se tiene que generar una distancia y un control. No todos pueden calificar para formar parte del Barrio en igual medida en que no todo lo que pase afuera del alambrado forma parte de lo real para quienes viven allí, aunque paulatinamente esto presione y se vaya filtrando.


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- Zonas de contacto

Hay entonces una línea que une el afuera con la contaminación y otra que une el adentro con lo natural: en La Cascada todo está hecho para que “parezca natural”, cueste lo que cueste el valor del artificio. Pero más allá de la construcción de este mundo particular, interesan las zonas de contacto y las de vacío.

Las familias de esta novela se caracterizan por la incomunicación entre sus integrantes. Teresa se entera de que su marido fue despedido el día en que este lo anuncia a todos sus amigos, ella es uno más en ese momento para el Tano. Virginia confía más en la Comisión de Disciplina que en su propio hijo. Carmen soporta las infidelidades de Alfredo ahogando su propia vida en vino. Carla intenta pasar tiempo fuera de su casa para no tener que pasarlo con Gustavo. Sin embargo, hay personajes que sí logran una comunicación genuina y auténtica. Juani y Romina, además de pasar su tiempo juntos comparten una visión de mundo que los aleja de La Cascada, de sus familias, de un tipo de vida que ya desde chicos saben que no elegirán. Podríamos pensar que se narra su historia porque ellos no serán la continuación de sus padres. Y la distancia de estos dos personajes se ve también en su fetichismo. Espían. Generan caminos oblicuos a la realidad que se quiere mostrar y con ello desmontan la simulada perfección de la vida que les tocó habilitando la pregunta acerca de cómo sería vivir afuera.


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- Nombrar el pasado

Romina no es Romina. Al menos no para ella. En el hacer “como si lo fuera” de Mariana, su madre adoptiva, se cifra la voluntad de borrar una identidad y un pasado. Y esto podría ser extensivo a quienes van a vivir al Barrio: “El ingreso a La Cascada produce cierto mágico olvido del pasado (...) Como si fuera posible, a cierta edad, arrancar las hojas de un diario y empezar a escribir uno nuevo” [pág. 30].

El problema del nombre aparece ligado a la pertenencia y a la identidad. Romina puede pertenecer, pero Ramona no. Por otro lado, Carla compra un cuadro a su marido y finge que lo hizo ella cambiando las iniciales originales por las suyas. Uno podría pensar que quiere evitar una frustración personal, pero lo que Carla parecería querer con esto es apropiarse de la autoría de la obra para evitar reconocer quién es su marido. Si lo deja conforme, aunque no haya pintado el cuadro, si cambia las iniciales, evita la violencia pero no la resuelve, no la enfrenta. Carla no fuerza una realidad –como en el caso de Mariana quien rebautiza a Ramona negándole así su identidad-, sino que la esquiva y con eso mantiene su prisión.


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- ¿Hay un héroe en esta historia?

El personaje del Tano es uno de los más complejos, su personalidad mezcla omnipotencia e inseguridad con la misma fuerza. ¿Qué pasa cuando llega algo que no sabe resolver? O, más bien, sobre lo que no tiene el estricto control. La pregunta lo supera y elige entonces construir, montar una tragedia.

La tragedia está ligada tradicionalmente a la muerte y a la heroicidad. El Tano resuelve la suya en estos términos. Pero el revés de la trama indicará otro sentido para su final y una vez revelada, alambrado afuera, la historia será otra.


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- Piñeiro, Claudia, Las viudas de los jueves, Buenos Aires, Alfaguara, 2005.



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Claudia Piñeiro
(Burzaco, 1960) es contadora, escritora, dramaturga, guionista de televisión de argentina y de varios medios gráficos. Tras ejercer durante 10 años su profesión de contadora eligió dedicarse a la escritura. Publicó libros, artículos periodísticos y obras de teatro. En el año 2005 ganó el Premio Clarín Alfaguara de Novela por su obra Las viudas de los jueves, que más tarde, en 2009, fue llevada al cine por el director Marcelo Piñeyro. Entre sus obras se destacan la ya mencionada Las viudas de los jueves (2005), Elena sabe (2006), Tuya (2008) y Las grietas de Jara (2009).

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