AVATAR, de Alina Diaconú

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Por Sebastián Caro

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PSICOLOGÍA FANTÁSTICA
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Avatar, de Alina Diaconú, es, a la vez, una novela psicológica y una historia fantástica. En ella, una psiquiatra atiende a un escritor que se hace llamar Juan, aunque aclara que su nombre es Nadie, pero firma sus escritos con el seudónimo de A. G. Benet. Sólo al final conoceremos su verdadero nombre, pero a lo largo de la novela Juan no es más que un «hombre sin nombre» (p. 155). Además, muy poco se sabe de él. Cuando se presenta a la doctora, lo hace con las siguientes señas: «Perdón… Soy escritor y tengo cáncer»[1]. Apenas eso lo identifica: un nombre falso (o, mejor dicho, una ausencia de nombre verdadero), un oficio desvalorizado y una enfermedad terminal. Por esto mismo no nos sorprende cuando le dice a la doctora que no tiene dinero para pagarle. Ésta, entre la piedad y el interés profesional (nunca había tratado a un escritor), decide atenderlo por el tiempo limitado de un mes (de no hacerlo, claro, no habría novela). Así, paciente y doctora, se embarcan en una relación profesional de complejidades psicológicas y manifestaciones sobrenaturales.

Hasta aquí, lo que puedo decir de la historia. A continuación trabajaré con algunas cuestiones que me obligarán a revelar parte de la trama y del final de la novela (que pretende, a las claras, ser sorpresivo). Por esto mismo, si tienen algún interés en leer Avatar, lo mejor es que dejen este artículo y lo reserven para cuando hayan concluido con la lectura del libro.


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EL OTRO COMO IDENTIDAD DEL YO
(El siguiente apartado revela datos significativos de la trama de la novela)

En el género fantástico es recurrente la utilización del «otro», del doble, aquél que está fuera de nosotros pero que, de alguna manera, es nosotros mismos. Justamente esto es lo que plantea la novela Avatar. La relación entre la doctora y Juan, que en un comienzo se inaugura con la necesidad de Juan y una relativa empatía de la doctora, concluye con la obsesión de ésta y el borramiento de aquél. A medida que la doctora se obsesiona, Juan comienza a desvanecerse: se demora, incluso llega a ausentarse, hasta que en el final desaparece por completo. Este «hombre sin nombre» es, así, la contracara de la doctora, que es, incluso más que Juan, una mujer sin nombre. Efectivamente, mientras que Juan goza de varios seudónimos hasta el momento en que su verdadero nombre es revelado, el de la doctora permanece en todo momento oculto. Y quien carece de algo tan elemental como un nombre, mucho menos puede aspirar a algo tan propio como la identidad. El final, con la caída de la doctora en una demente inconciencia, no hace más que corroborar esto.

Ambos, doctora y paciente, son entonces dos caras de una misma moneda. Ambo solitarios, ambos escritores (la primera persona del singular revela a una psiquiatra escribiente), ambos de algún modo sobrepasados por la locura existencial condimentada con manifestaciones sobrenaturales, que se vislumbran a lo largo de toda la novela pero que a medida que avanza se tornan más visibles. Ambos, en fin, «yoes» que se encuentran en «otros», muchas veces presentes, aunque no del todo existentes. Y como corolario, la locura, que nunca abandona.


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ALGUNAS CUESTIONES QUE NO CONVENCEN
(El siguiente apartado revela el final de la novela)

Al mejor (o peor) estilo Sexto sentido, la novela termina con la revelación de que Juan está muerto. La doctora lo descubre al leer una revista en la que se relata su muerte, en un accidente automovilístico dos años antes. La falta de originalidad de la resolución le resta el elemento sorpresivo. Pero la cuestión no es esa, sino que existen algunos puntos que vuelven el final poco verosímil. En la película Sexto sentido, que tampoco es muy buena, puede verse cómo el fantasma de Willis sólo es percibido por el muchacho. Claro, porque las personas comunes no ven a los muertos. Cuando la doctora de Avatar se entera de que Juan estaba en realidad muerto, no repara en que ella no fue la única que lo vio. De hecho, el conserje del edificio en donde tiene su consultorio no sólo vio a Juan, sino que recibió paquetes y recados de él. Incluso hasta hace observaciones sobre el estado físico del escritor. Por otra parte, una pareja que la doctora atiende antes del turno de Juan, se cruzó una vez con él. Ahora, yo me pregunto, ¿en ningún momento la doctora consideró la posibilidad de hablar con algún testigo de aquel hombre muerto que necesitaba terapia? La cosa no es verosímil. Si alguien con quien tuvimos contacto resulta ser un espectro, ¿no buscaríamos nosotros testigos para corroborar o desechar nuestra locura? La reacción silenciosa de la doctora no es creíble, como no lo es su caída abrupta en la inconciencia.

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[1] Diaconú, Alina, Avatar, Buenos Aires, Ediciones B, 2009, p. 13.

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- Diaconú, Alina, Avatar, Buenos Aires, Ediciones B, 2009.

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Alina Diaconú
nació en Bucarest, Rumania. Es argentina naturalizada y vive en Buenos Aires desde 1959. Colabora con los principales diarios y revista del país. Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, al francés y al rumano, y muchos de sus textos figuran en antologías argentinas y extranjeras. Recibió premios y distinciones nacionales e internacionales, como la Faja de Honor de la SADE o la Beca Fulbrigth. Es autora de varias novelas (La Señora; Buenas noches, profesor; Los ojos azules y Una mujer secreta, entre otras), un libro de cuentos (¿Qué nos pasa, Nicolás?) y dos libros de poesía (Intimidades del Ser y Poemas del silencio).

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2 comentarios:

  1. No pude evitar leer el último apartado... ahora sé el final de la novela!!!
    No es curioso cómo otro formatos o expresiones (como el cine) van determinando nuestras formas de leer?
    Malena

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  2. Nada que ver con la pelicula!!!

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