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El sábado 20 de junio aparentaba ser un día gris como cualquier otro en Buenos Aires. El frío del otoño esperado se filtraba por los abrigos y golpeaba en las caras de los que caminaban por la calle. Lo sé bien porque yo era uno de ellos. Mi recorrido me llevaba a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; me iba a encontrar con un escritor.
En realidad no era el único que esperaba dicho encuentro, éramos muchos los que nos reunimos en el aula 324 del tercer piso para escuchar la voz y las palabras de uno de los pocos grandes escritores que tiene nuestra patria, Abelardo Castillo.
Basta leer el resumido curriculum que trae cualquiera de las solapas de sus libros para entender que estamos frente a un escritor relevante, autor de obras relevantes: Israfel, El otro judas, El evangelio según Van Hutten, Cuentos crueles, El espejo que tiembla. Castillo ha sabido atravesar el género dramático, la novela y el cuento con probidad y lectores que dan fe de ello. Su actividad intelectual además abarca la participación y la creación de tres revistas literarias legendarias: El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco. La filiación zoológica de los nombres no es caprichosa, nos habla del sentir poético, de la influencia de Poe y de la diversidad de voces que esas revistas supieron condensar.
Particularmente, recuerdo a Abelardo Castillo en algún programa de televisión hablando sobre el ajedrez, recuerdo la prosa de algunos de sus cuentos y novelas, recuerdo el Poe que recrea en Israfel. Con esos recuerdos iba a la charla de Filo, con la expectativa que generaban en mí esos recuerdos.
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El escritor
El primer tema del que habló fue de su relación con la literatura, del origen literario. Contó que en su temprana juventud nunca sintió el destino inevitable de las letras como si lo sintió, por ejemplo, Borges, que sabía que iba a ser escritor aún antes de haber escrito una línea. Castillo no quería ser escritor, quería en cambio ser poeta. La idea de poeta que tenía en mente era la del poeta romántico, joven y prolífico. “Yo quería ser poeta, morirme joven, a los 23 años, dejando una vasta obra para que el mundo sintiera una gran pérdida”. Esa idea –de la que ahora Castillo se ríe- fue la que tenía en la mente cuando empezó a escribir. Con el tiempo tuvo que “asumir” la prosa y se acercó a la narrativa. Las lecturas que acompañaron su niñez fueron arduas, atípicas para niños de su edad. Podemos inferir que la literatura infantil no es un género literario, sino que es todo aquello que se lee en un período temprano de la vida. “Yo no buscaba los libros, los libros me buscaban a mí”, dijo Castillo.
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La cuestión del compromiso
Previsible y esperada fue la mención del nombre de Sartre y de concepto de Compromiso. Castillo hace una lectura crítica de Sartre, cree que el compromiso del intelectual debe ser una opción no una obligación (la libertad no se negocia) y que la literatura no debe quedar rehén del compromiso. Las formas literarias centrales y marginales deben servir a los propósitos de cada escritor sin que una idea (el compromiso es una idea) se transforme en dogma, en axioma, en mandamiento, en ley. El primer principio es la libertad. No hay que pedirle al poeta lírico panfletos incendiarios como requisito exclusivo de su compromiso con la sociedad, con su tiempo. Existieron grandes escritores que construyeron en sus textos espacios comprometidos de crítica social, pero esa habilidad (existente o inexistente en cada individuo) no debería anular las expresiones de los escritores que no escriben de la misma manera. Castillo considera que para ser un escritor comprometido socialmente no es necesario referirse a esa temática cada vez que se levanta la pluma para escribir.
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Ejemplos
El Cordobazo y la guerra que estuvo por estallar entre argentinos y chilenos sirvieron para ejemplificar la idea de compromiso que Castillo sostiene. Leyó las dos editoriales que escribió para El grillo de papel y para El escarabajo de oro sobre cada uno de los temas respectivamente. Los textos fueron publicados en tiempos de censura, persecución y desaparición de militantes e intelectuales. Demás está decir que al publicar esos críticos y furiosos editoriales contra el gobierno Castillo puso en juego no sólo sus ideas y su cuerpo, sino también su propia existencia. Inferimos la máxima que subyace: decir la verdad siempre pero sobre todo cuando es peligroso hacerlo.
Pero los terrenos están separados. El espacio de la editorial es el espacio de la manifestación de las contradicciones sociales, de la confrontación, de la escritura que emerge interpelada por el contexto inmediato. La literatura es otro espacio –tan válido y necesario como el otro- pero que lleva una elaboración mayor e involucra otros procesos intelectuales. “Se puede escribir una novela sobre el Cordobazo, yo lo hice, tardé 15 años…” dijo Castillo señalando que el contexto reclama respuestas inmediatas. La literatura tiene sus propios tiempos.
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Los adioses
El público asistente pudo preguntarle a Castillos sobre temas diversos. Una persona le preguntó sobre la polémica con Cortázar. Castillo fue muy claro: Cortázar sostenía que había que irse del país para “resistir” desde el exterior la represión del gobierno militar. Ante esa postura la revista El grillo de papel sostuvo que aquellos que se fueron no podían exigir que los que se habían quedado se fueran. Los que se quedaron (por elección o por falta de recursos para irse) llevaban una resistencia legítima y arriesgada. La postura de Cortázar fue rechazada por otra opción: quedarse para comprometer palabras, ideas, cuerpo y existencia.
Alguien preguntó sobre los escritores argentinos de esta generación y le preguntó qué pensaba de Marcos Aguinis. Castillo rememoró una conversación que tuvo con Borges: “Cuando yo era joven le pregunté a Borges sobre Sartre, le pregunté ¿Borges qué piensa de Sartre? Él me contestó con ese tono particular Caramba, yo no suelo pensar en Sartre. De Aguinis digo lo mismo, no suelo pensar en él”. Contó, además, que charlando con Bioy Casares y también con Borges, ellos le confesaron que a cierta edad el hombre deja de leer a sus contemporáneos. Castillo dijo: “Bioy me confesó: Hace once años que no leo a nadie. Y yo comprendí que esa es una buena respuesta. Así que cuando me preguntan sobre los escritores contemporáneos yo contesto Hace once años que no leo”. Sin embargo, rescató el nombre de Pablo Ramos.
Algunas preguntas más se sucedieron. Castillo mezcló entre sus palabras el argumento de un cuento –presumo que nos regaló ese argumento-: “Un psicólogo trata un hombre durante años, intenta de curarlo y finalmente lo logra, logra insertar al paciente a la sociedad, a la misma sociedad que lo enfermó en el comienzo… el psicólogo se suicida”.
Llegó el tiempo de los adioses y los aplausos de despedida. Castillo agradeció con una sonrisa y bajó lentamente del pequeño escenario. Se quedó unos momentos para firmar autógrafos y para intercambiar algunas palabras con la gente. La tarde terminaba, afuera el día seguía siendo gris, pero ahora tenía un nuevo matiz. Las palabras de Abelardo Castillo flotaban en el aire.
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Muy bueno. Estaría mejor que Filo recibiera la visita de más escritores. Esto generaría y convocaría más participación de los alumnos.
ResponderEliminarLorena DL.