LA MAFIA RUSA, de Daniel Link

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Por Silvio C. Lizárraga


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I. UNA APROXIMACIÓN AL TEXTO

Aquellos que siguen la trayectoria literaria de Daniel Link encontrarán en La mafia rusa una recopilación de cuentos que en su mayoría fueron publicados en distintas revistas como ciertopez, Platanoverde, Latido, Radarlibros, la negra, damas chinas.

Pero aquellos que desconocen la obra literaria de Link tal vez encuentren un escritor “nuevo” que puede resultar interesante en muchos sentidos.

Daniel Link es profesor de la Universidad de Buenos Aires de la carrera de Letras. Es decir, podemos pensar que es un catedrático que además de enseñar Literatura del siglo XX escribe y publica ensayos de crítica literaria y ficción, o es un escritor que además de escribir enseña en la Facultad de Filosofía y Letras. La distinción es válida.

La pregunta que nos hacemos ante el libro de Link (y ante cualquier libro que escribe un catedrático) es si las cuestiones de la teoría literaria van a estar presente en la escritura, en la trama, en los personajes; es decir, si el narrador va a ser un catedrático o un escritor. Sólo hay una manera de averiguarlo. Examinemos algunos de los relatos del libro.


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LA MAFIA RUSA

La historia que cuenta es la dos argentinos en Berlín que observan que las ventanillas de los trenes están marcadas con extrañas inscripciones. Un personaje femenino, Tanja, les va a decir que esas marcas y las ventanas son signos con mensajes cifrados para la mafia rusa.
La trama se completa con algunas observaciones de la sociedad como los desfiles en conmemoración de la reunificación alemana.

El relato está construido a partir de fragmentos como es frecuente encontrar hoy en relatos breves. Eso a veces hace la lectura más llevadera (como es el caso de La mafia rusa) y a veces produce confusión cuando los fragmentos no están dispuestos en orden cronológico.

Los que nos criamos leyendo cuentos de estricta construcción formal (policiales, cuentos fantásticos) podemos llegar a sentir que al cuento de Link le sobran algunas cosas, lo cual es fatal para el cuento en sí mismo (distinto sería para una novela, quizás), por ejemplo el momento en que el narrador nos cuenta las costumbres de la gente de Düsseldorf, o los mencionados desfiles, o cuando se cuenta cómo los personajes conocieron a Tanja hacia el final del texto cuando hubiera sido más ordenado hacerlo en las primeras páginas cuando el personaje de Tanja aparece.

Pero estos son detalles que no menosprecian el texto en general, lo que en el texto me resulta caprichosamente molesto es la insinuación teórica constante. Debe decirse que Link no llega al grado superlativo de Piglia en Respiración artificial, pero es indudable que su texto induce a la lectura semiológica: tratar los grafitis de las ventanas y las ventanas mismas como signos, hablar de mensajes, de códigos, de función y significado es orientar la lectura hacia una teoría de la comunicación. Es decir, el texto prevé la lectura; le texto hace su trabajo (contar una historia) y hace el trabajo del lector (orienta la lectura de esa historia).


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AL TOQUE

Es uno de los textos más breve de la colección. Se trata del recuerdo de un narrador de sus tempranas experiencias sexuales con una novia de la adolescencia cuyo fin es precisar el momento en que este aprendió “a fingir orgasmos”. Es un cuento que no dice más que eso, no es pretencioso, no busca más que la anécdota y tal vez la confesión.

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EL AMOR FRATERNO (O ¿ACASO NO SUEÑAN LOS ANDROIDES CON HISTORIAS AJENAS?)

¿Puede alguien titular de forma más monstruosa un cuento –aún tratándose de una referencia intertextual? En fin, este cuento nos introduce en la vida cotidiana de un escritor que es despertado por el sonido repetitivo del “telecomunicador” (sic). La palabra teléfono, al parecer, era muy pobre, muy pedestre, para ser usada. Todo el cuento es la charla telefónica de este escritor con un amigo sobre un guión inconcluso que está pergeñando relacionado con androides y experimentos complejos. El amigo, además, le lee al escritor una carta de I (este personaje con nombre de vocal es hermano del escritor). Al parecer el personaje I tiene éxito en el exterior con un guión que en parte le pertenece al hermano escritor. Juro que no estoy simplificando la trama.

El cuento logra algo muy difícil: la oralidad llega a ser muy fluida y realista. Lograr que la escritura sea como la expresión oral es muy difícil, es como hacer que un piano suene como una guitarra. Cabe preguntarnos por qué querríamos semejante cosa. En todo caso, este cuento de Link tampoco llega a narrar algo que atraiga demasiado. Claro que se podrían hacer lectura sobre la relación fraternal, la escritura de la oralidad, etc. Pero parece que el escritor piensa más en las lecturas que se pueden hacer del texto que en contar algo que merezca la pena ser leído, una historia.


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YO FUI UN NIÑO DE OCHO AÑOS

Este cuento narra el pasado. Es el mejor cuento del libro.

El narrador nos cuenta parte de su niñez a partir de unos juguetes que encuentra de casualidad en un mercado de pulgas en la ciudad de Berlín (sí, otras vez Berlín). Se trata de unos animalitos de plástico que desatan el recuerdo y la narración. Si bien el recurso no es nuevo desde Proust, el reencuentro con el pasado a partir de unos juguetes viejos transmite emoción. A mí me recordó un episodio de la película francesa Amelie, cuando un personaje se reencuentra con una caja con fotos viejas, juguetes y recortes de diarios y todo eso lo sumerge en el pasado bruscamente.

Pero lo bueno del cuento de Link es que esos juguetes de plástico desatan un ejercicio de memoria; el personaje atesoraba esos animalitos como si se trataran de piezas de oro, pero algo en la infancia (ya lejana para el narrador) sucedió que provocó que olvidara la suerte de esos juguetes. La pregunta es “¿Qué había sido de mis animalitos?”.

Esa pregunta lo lleva a recordar otros juguetes preciados y a los amigos de la escuela; recuerda las pequeñas envidias y mezquindades entre los compañeros. Esa indagación lo arrastra a un hecho fundamental de la infancia que había quedado tapado, sepultado en la memoria. La represión psicológica se desata y deja angustiado al narrador y –para hacer justicia con el texto- la narración logra transmitir esa angustia al lector.

Este es un buen cuento, bien construido a partir de una economía de recursos.


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PARPADEOS

Este es tal vez el cuento donde la hilacha teórica se muestra con más desenfado. Luego de un epígrafe de Benjamin, lo que sigue es el diario de un escritor que tiene que escribir un artículo por encargo de una revista sobre la pereza. Esa es la trama. En serio, esa es la trama.
¿Por qué alguien leería eso? Esa pregunta me surgió mientras atravesaba ese texto. Por favor, que no se me mal entienda, las reflexiones que el narrador desliza sobre la pereza son en su mayoría interesantes (infaltable la cita de Bartleby el escribiente), pero el cuento es pobre porque no cuenta nada más que esas reflexiones que por más interesantes que sean, terminan aburriendo al lector.


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YO FUI POBRE

Hay que convenir que el titulo de este cuento es un tanto presumido: decir Yo fui pobre, es una forma de decir Ya no soy pobre.

El texto se presenta como autobiografía de un narrador que como el título lo anuncia, tuvo una infancia pobre. Pero eso no es todo, el narrador es un pequeño y precoz geniecillo de la literatura que antes de ingresar a la escuela normal ya sabe leer. Toda la pobreza, toda la carencia material se compensa por la genialidad innata del niño. Eso mismo lo redime de las molestias de vestir ropas heredadas, de no tener teléfono (telecomunicador querrá decir), de la enfermedad, de la casa pobre, de la falta de televisor, etc. La literatura salva al personaje y le da un destino.

Pero lo que le falta a la narración es la segunda parte. El título Yo fui pobre de alguna manera hace presuponer que el narrador ya no lo es. Esa parte falta, la que describe el presente del narrador que ha surgido de fondo de la sociedad para alzarse sobre los demás, logrando prosperar.


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MÁS ALLÁ

Este cuento puede leerse como un homenaje a Borges, aunque los malpensados podrían sugerir un cuatrerismo literario.

Un par de personajes masculinos emprende un viaje a Pomán, “para registrar fotográficamente el Festival de San Sebastián”, “a quien el pueblo homenajea todos los 20 de enero con una misas solemne y un festival hermético”. Llegan a la celebración luego de un viaje largo. Inmediatamente se sienten intrusos en la ceremonia pero se quedan de todas formas.

Los caballeros de San Sebastián transportan la figura del mártir hacia el centro donde tenía lugar la celebración principal. Una tormenta se desata en ese momento que hace que los fotógrafos-turistas huyan a refugiarse al hospedaje. Pero afuera la celebración no se interrumpe.

Entonces ocurre lo inesperado, los feligreses irrumpen en la habitación de los dos turistas y los sacan a la fuerza, los atan con espina y los obligan a hacer el papel de San Sebastián en la ceremonia, lo cual implica sufrir el martirio y la muerte.

¿Qué texto de Borges nos recuerda? Algún eco de El Evangelio según Marcos se deja oír.


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ÚLTIMAS PALABRAS SOBRE EL LIBRO DE LINK

Si bien aquí no reseñé todos los cuentos, podemos decir que es un libro sin dudas desparejo, un compilado de textos que nunca fueron pensados con algún criterio unitario o plan literario previo.
Nadie va a discutir que Link sabe cómo escribir y narrar una historia, pero lo que frecuentemente le falta es la historia. De modo que los lectores nos quedamos con la narración de un vacío y eso es aburrido. Pero cuando hay una historia que vale la pena ser contada, es ahí cuando Link puede dar lo mejor de sí mismo. Es un escritor inteligente, pero a veces la inteligencia no basta, a veces hace falta una historia interesante.

Al lector que no conoce la obra literaria de Link tal vez este libro sólo le sirva para ver todos los registros que este escritor puede alcanzar. Link es un escritor versátil.

Más allá de eso, este es un libro para lectores habituados a las lecturas de crítica literaria.

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II. UN TREN LLAMADO DESEO


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PDUTAEAS CDOIFCIADSA

Cualquiera que haya viajado en alguno de nuestros trenes o subtes ha visto un grafiti y posiblemente se haya preguntado qué demonios significan esos extraños dibujos. La curiosidad tal vez dura más que cinco minutos ante la seguridad de que nunca más volveremos a ver esa hermenéutica urbana. Pero los símbolos están ahí acechándonos.

Ver uno de esos signos anónimos siempre me recuerda aquel texto de Borges[1] donde una persona especula frente a una campana con inscripciones chinas los terribles y hermosos significados detrás de los ideogramas. Repitiendo ese gesto de hermenéutica literaria, encontramos este texto de Daniel Link llamado “La mafia rusa” que explora el mundo encriptado de los grafitis de los trenes de Berlín.

El cuento nos presenta a dos argentinos en Berlín que detienen su mirada en las marcas furiosas que los vándalos han dejado en los vidrios de las ventanillas de los trenes. Será Tanja, una mujer que conoce de cerca la historia de esos jeroglíficos suburbanos, la encargada de develarnos la verdad detrás de esas marcas: son mensajes cifrados, codificados con violencia, cuyo contenido son insultos, hermenéuticas puteadas destinadas a la mafia rusa.

El cuento de Link aborda otros temas que permiten hacer lecturas tan interesantes como el texto mismo, pero aquí me quiero detener en un pequeño detalle que es el deseo que nos imponen los signos.


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LOS ENFERMOS DE SIEMPRE

Pocas cosas nos gustan más a los enfermos por la literatura que descifrar códigos y enigmas: El escarabajo de oro, ciertos cantos de la Commedia, la dedicatoria de los Sonnets de Shakespeare, son lugares recurridos frecuentemente para saciar nuestro deseo.

La literatura es ese espacio perfecto para liberar esa enfermiza sed de atribuir significados a las cosas. Ante cada texto nos mostramos ansiosos por hallar los significados (y si no los hay, los inventamos).

La mafia rusa nos plantea un doble desafío: entender el significado de los vidrios marcados, y entender el texto que habla de esos vidrios marcados. Del primero se ocupa Link, del segundo quiero hablar aquí.


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EL DESEO

Como les sucede a los personajes del cuento de Link, estamos atrapados por la búsqueda de significado. El tren de Berlín es como una gigantesca y movible página que cada día los jóvenes alemanes utilizan para escribir sus mensajes cifrados a la mafia rusa. Cada día esas marcas viajan por toda la ciudad llevando su mensaje. Cada día esa escritura codificada está expuesta a los ojos de miles de pasajeros que en su mayoría desprecia indiferente los trazos en los vidrios. Los ven, pero no los miran (y, en todo caso, si los miraran, no sabrían leerlos). A ellos no va dirigido el mensaje.

Pero los personajes del cuento se dejan atrapar por los signos, ellos miran las ventanas del tren y la imposibilidad de leer las marcas los impulsa a saber. El deseo por saber el significado es una imposición del signo.

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EL TREN

Llevando esto peligrosamente al extremo, me atrevo a decir que la literatura es como ese tren de Berlín. La literatura es el tren del deseo. Los textos representan signos complejos, llenos de significados que a veces no alcanzamos ver con claridad pero que sabemos que están allí en alguna parte. La literatura nos llena de ese deseo de saber qué demonios significa lo que tenemos delante de los ojos. Algunos sádicos escritores se esfuerzan en escribir textos retorcidos tan llenos de guiños intertextuales que parecen textos con tics nerviosos. Esos sádicos escritores son los que agudizan el deseo en el lector porque elevan el esfuerzo de decodificación. Podría nombrar a varios autores sádicos (pienso en uno que me enerva especialmente), pero no es el punto.

El punto es que la literatura es ese tren del deseo; la literatura crea el deseo, impulsa el deseo, intensifica el deseo, somos presos de ese tren en el que viajamos todos los que leemos textos literarios.

Pero, como ocurre con los textos en los vidrios de los trenes de Berlín, a veces los textos literarios están dirigidos y codificados especialmente para discriminar lectores. La gente ve, pero no mira y no puede leer. Para algunos eso es suficiente para que el deseo se encienda. Para otros es más fácil ser indiferentes. El texto elige a su lector.


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HOY GOLPEAN TU PUERTA

Hay textos que claramente están armados para dejar afuera a ciertos lectores, lo cual significa que establecen una entrada VIP para otros ciertos lectores. El texto elige, el texto discrimina. Se podría decir que en realidad el lector elige qué leer. Pero esa elección, en todo caso, se lleva a cabo por el deseo y el deseo lo impone el texto como signo (así como impone el no deseo). De modo que el lector está jodido dentro de esa lógica.

Primero mataron al autor, pero al lector no le importó. Luego, enterraron prolijamente bajo tierra al autor, pero eso tampoco le importó al lector. Ahora están golpeando su puerta. El texto si quiere lo ignora, si quiere lo acepta, si quiere le provoca deseo, si quiere lo leja insatisfecho, el lector no puede hacer nada al respecto, no depende de él que surja el deseo.

Me pregunto si llegará el día en que el texto prescinda del lector…

Pienso en los blogs, en las bibliotecas virtuales, en los diarios, suplementos y revistas (con sus respectivos formatos electrónicos); pienso en los libros que se publican cada año, en las fotocopias que multiplican los libros… tanta acumulación de textos, tal vez ese día ya llegó y no nos dimos cuenta.

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[1] El texto de Borges que menciono es “Signos” y se encuentra en La moneda de hierro.

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- Link, Daniel, La mafia rusa, Buenos Aires, Emecé, 2008.

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Daniel Link es catedrático y escritor. Dicta cursos de Literatura del siglo XX en la Universidad de Buenos Aires. Ha editado la obra de Rodolfo Walsh (El violento oficio de escribir, Ese hombre y otros papeles personales) y publicado, entre otros, los libros de ensayo La chancha con cadenas, Cómo se lee, Clases. Literatura y disidencia y Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes; las novelas Los años noventa, La ansiedad y Montserrat; las recopilaciones poéticas La clausura de febrero y otros poemas malos y Campo intelectual y otros poemas, y su Teatro completo. En 2004 recibió la Beca Guggenheim. Su obra ha sido parcialmente traducida al portugués, al inglés, al alemán y al italiano.
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