EL INFIERNO PROMETIDO, de Elsa Drucaroff

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Por Lucas Berruezo

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UNA NOVELA HISTÓRICA O LA HISTORIA DE UNA NOVELA

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El infierno prometido, el infierno impuesto, un infierno no tan malo…

Dina es una joven polaca que (perdida en Kazrilev, un pueblito de escasos recursos en la Polonia de principios del siglo XX) sólo conoce a la lejana Buenos Aires a través de las amenazas de su madre: «¡Vas a terminar en Buenos Aires!»[1]. Buenos Aires se presenta en aquella otra parte del mundo como la ciudad del pecado, como el infierno al que van a parar las mujeres deshonradas y de mala vida, como el castigo justo que reciben las mujeres de vida insensata e impúdica. Su mame la amenaza, pero también le advierte: si no se convierte en una buena mujer y se casa, su destino puede estar en Buenos Aires. Y sus palabras se convierten en profecía cuando Dina, burlada y deshonrada por un compañero de escuela, vuelta a burlar por quien se supone va a ser y en teoría termina siendo su esposo, se embarca a Buenos Aires para vivir una nueva oportunidad, lejos de las penurias de la vida en el campo y de la crueldad de las personas que, como su mame, no notan que el mundo en el que están arrojados está cambiando. A Buenos Aires se dirige con la esperanza de un futuro mejor, con el anhelo de encontrar allí su tierra prometida. Y por momentos cree encontrarla en la comodidad del agua corriente o la comida caliente, en la exquisitez de una ducha con agua tibia o en la suntuosidad de los trajes elegantes; pero, por momentos (otros momentos), conoce el mismísimo infierno en la humillación y el abuso de todos los días, en el encierro, en el sexo frío y carente de sentimiento, en la obligación de abrir las piernas y dejar que el tiempo pase, una y otra vez.

Elsa Drucaroff narra, con gran maestría, esta historia que nos sumerge en la esclavitud de las mujeres reclutadas por asociaciones legales como la Zwi Migdal (llamada en aquel entonces, la Argentina de 1927, la Varsovia) y puestas a trabajar en un país extraño, del que desconocen el idioma y todo lo que las rodea. Pero Drucaroff se cuida de caer en convencionalismos carentes de sentido o con un sentido ya paralizado, nos muestra por el contrario una visión humana de esa esclavitud, y con humana me refiero a contradictoria, compleja, incluso autocomplaciente: Dina llega al infierno, pero el infierno no es tan terrible como creyó en un primer momento, sino que es un infierno con grandes comodidades, con proyectos (se propone llegar a ser ella misma regenta algún día) y dinero en abundancia. Dina llega al infierno, y por momentos se siente bien de haberlo hecho. De ahí la idea de un «Infierno prometido», en clara alusión a la Tierra prometida de los judíos: por un lado la imagen terrible del infierno, pero por otro la realidad de que sólo lo bueno puede prometerse (lo malo, en rigor, se amenaza o impone).

En la estrechez del cuarto en que tiene que pasar la totalidad del día, Dina ve desfilar un sinnúmero de rostros y cuerpos sudorosos; pero de todos ellos hay tres que la marcarán profundamente y le harán conocer diferentes realidades del país en el que, por suerte o desgracia, le tocó vivir: el Juez de la Nación Leandro Tolosa (un hombre implacable que oculta su perversidad y depravación detrás de una máscara de justicia incorruptible), el inmigrante italiano y linotipista del diario Crítica Vittorio (que le va a acercar a Dina, por un lado, el amor y, por el otro, el mundo del anarquismo con todas sus reivindicaciones y todos sus ideales) y el corresponsal del mismo diario y escritor «el Loco» Godofredo (torturado por un matrimonio miserable, dispuesto a salvar a un alma pura encerrada en el cuerpo de una prostituta). Todos ellos contienen material para provechosas reflexiones; en especial el juez Tolosa, quien es el responsable (más que Vittorio y todas sus promesas de amor y libertad) de que Dina decida emprender la huida. Pero no es de ellos de quienes me interesaría hablar en este momento, sino del Loco Godofredo, ese personaje que, desde mi posición personal, fue recibido con extrañeza, después tolerado con fastidio y, al final, disfrutado con deleite.


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El Loco Godofredo: un “Loco” conocido

Como dije en el apartado anterior, el personaje de «el Loco» Godofredo despertó en mí tres reacciones diferentes y consecutivas: primero extrañeza, después fastidio y, por último, deleite. La extrañeza fue la consecuencia del primer encuentro con el personaje: evidentemente, un cronista de policiales del diario Crítica de 1927 da que pensar. Hasta ese momento pensé que el Loco Godofredo era un personaje basado en la figura de Roberto Arlt. Después caí en la cuenta de que Godofredo era, en efecto, uno de los nombres que el mismo Arlt se atribuía: Roberto Godofredo Christophersen Arlt. En ese momento, un entusiasmo (demasiado fugaz como para considerarlo una de las reacciones mencionadas) me visitó: tal vez el libro escondiera algunas claves que permitiesen reconstruir al escritor Arlt detrás del personaje de «el Loco». Pero el entusiasmo, como dije, se desvaneció enseguida: el personaje no ocultaba a Arlt, el personaje era, sin lugar a dudas, Arlt, sólo que no podía entender la razón de no llamarlo por su nombre (como se supone que tendría que hacer una novela histórica como ésta).

Haciendo un repaso (que no pretende ser exhaustivo), podemos ver algunos de los datos más relevantes:

- La cuestión del nombre, antes mencionada, bastaría para entablar el paralelismo, pero hay más.
- El matrimonio desafortunado del Loco se corresponde con el que tuvo Arlt.
- El Loco reflexiona sobre la vida y asegura: «La vida es puerca porque la volvemos puerca» (p. 109). Como se ve, la utilización de la frase «la vida puerca» (también en p. 111) nos hace recordar la primera novela de Arlt El juguete rabioso que, en un primer momento, iba a llamarse justamente La vida puerca y que después cambia de nombre por recomendación de Ricardo Güiraldes (escena aludida en la novela).
- Las amistades de Godofredo son las mismas de Arlt: es mencionado, como se acaba de decir, Ricardo Güiraldes, y también Enrique González Tuñón y Elías Castelnuovo.
- En un momento vemos cómo Godofredo va a cubrir una nota en que una señora amenaza con suicidarse y él en persona la convence de que no lo haga. Esa escena es bien conocida por todo aquél que leyó alguna biografía de Roberto Arlt. Incluso la fotografía de un Arlt heroico, mencionada en la novela, es todavía aludida por biógrafos y admiradores del escritor.
- El mismo Godofredo dice que su apellido (que no se especifica en ningún momento) es «impronunciable» (p. 257), lo mismo que decía Arlt del suyo.
- Ya llegando al final de la novela, y cuando Godofredo tiene que presentarse con un nombre falso ante el juez Tolosa, se hace llamar «Roberto Arteaga» (p. 288).

De seguro se me escapan unas cuantas alusiones, que una experta en la materia como Elsa Drucaroff (que escribió un libro sobre Arlt titulado Arlt profeta del miedo) debió haber sembrado para que un lector más perspicaz e informado que yo cosechara.

Hasta aquí, el interés se transformó en fastidio. ¿Por qué utilizar un nombre en clave para referirse a uno de los escritores más grandes que tuvo la Argentina? ¿Por qué, si todo conducía a él: los datos, las alusiones, incluso los epígrafes (cuatro capítulos llevan epígrafes de Arlt, tanto de Los siete locos como de las Aguafuertes)? ¿Por qué darle a algo servido en bandeja un tono enigmático, secreto? Pronto lo entendería, y el fastidio daría paso al más absoluto entusiasmo. En primer lugar, noté que al utilizar un nombre ficticio, Drucaroff ponía en escena una cuestión interesante: hacía explícita la duplicidad del personaje, por un lado Roberto Arlt, pero por otro alguien ficticio. Ambas naturalezas se enriquecían mutuamente[2]. Y en segundo lugar, pude ver que había algo enigmático, algo en clave, que no era el personaje de Godofredo en sí, sino lo que él estaba haciendo. ¿Estaba salvando a Dina? ¿Le estaba enseñando a leer con la intención de liberar su mente, su alma y su espíritu? ¿La estaba enamorando? No, no y no, en absoluto; estaba haciendo algo mucho más interesante, estaba gestando lo que dos o tres años después se transformaría en una de las novelas más importantes de la literatura argentina: Los siete locos.


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El infierno prometido: la historia de una novela

Los datos que corresponden a la elaboración y génesis de Los siete locos no son tan claros como los que corresponden al paralelismo entre Godofredo y Arlt. Hay que buscarlos, hay que estar atento, y, por supuesto, hay que tener presente la historia que tiene como protagonista al humillado Erdosain. Algunos datos interesantes (y al igual que en el punto anterior, no dudo de que Elsa, con su conocimiento sobre el tema, nos otorgó más de lo que pude rastrear) son los siguientes:

- Podemos ver cierto vocabulario técnico que, si bien pertenece a Arlt y se puede rastrear en otros de sus escritos, hace recordar mucho a Erdosain: «Parecía, pensó el Loco Godofredo, que su cuello de muñeca de goma se moviera por un mecanismo de suspensión hidráulica» (p. 110).
- Grosfeld, el rufián que trae a Dina de Polonia, sería el antecesor «real» que daría como resultado a Haffner, el «Rufián Melancólico» de Los siete locos. De hecho, cuando Godofredo lo ve por primera vez en un remate de mujeres, lo ve como un «rufián melancólico» (p. 112) y, como olvida de inmediato su nombre, lo llama «Gofner» (p. 111), cuya similitud con Haffner es evidente.
- La primera escena de Godofredo con Dina (p. 117) no es otra que la que Erdosain le relata a Hipólita en Los siete locos: ambos ingresan a la habitación después de que saliera un negro con labios de cartón; ambos permanecen allí sin tocar a la mujer; y ambos son despedidos con la frase «No vengas más porque si no, te hago echar» (con ligeras e insignificantes diferencias). De esta manera, la Lucién que nombra Erdosain no es otra que la Dina de El infierno prometido: el personaje principal en esta novela se convertirá en apenas una mención en Los siete locos. Por otra parte, no es inocente que el epígrafe del capítulo 5 de El infierno prometido sea justamente el relato de Erdosain a Hipólita.
- La misma concepción negativa de los comerciantes que aparece en boca de Godofredo también se ve en Erdosain.
- Godofredo piensa en Dina como en una «flor galvanizada» (p. 271) por salvar.
- El Buscador de Oro de Los siete locos tiene un correlato directo con el «Loco del Oro» que Godofredo conoce en el sur y que lo invita a unirse a él en la búsqueda de ese precioso metal.
- Por fin, ante la presencia de un cadáver (no diré de quién), Godofredo recomienda deshacerse de él con «ácido nítrico» (p. 321), la misma sustancia que recomienda Erdosain para deshacerse del cadáver de Barsut.

En fin, hay más, como la alusión de la importancia de los prostíbulos en la manutención de organizaciones mucho más grandes y complejas o como el mismo apodo de Godofredo, que lo convierte en una antelación de los otros locos que vendrán años más tarde.

De esta manera, vemos que Godofredo no es solamente Arlt (algo evidente), sino que también es Erdosain; y El infierno prometido no es solamente la historia de Dina, de esa joven polaca que es secuestrada y obligada a prostituirse, sino que es la historia de una historia, la historia de los orígenes de una gran novela (tal vez la mejor que vio el siglo XX en Argentina), la historia de la génesis de Los siete locos.

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[1] Drucaroff, Elsa, El infierno prometido, Buenos Aires, Sudamericana, 2006, p. 16. A continuación las citas se harán según esta edición.
[2] Por supuesto que todo personaje de una ficción histórica es, en última instancia y lleve el nombre que lleve, un personaje, es decir una entidad ficticia. Lo interesante de El infierno prometido es que trabaja con esto de manera explícita. Lo pone sobre la mesa y obliga al lector a reflexionar al respecto.
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- Drucaroff, Elsa, El infierno prometido, Buenos Aires, Sudamericana, 2006.

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Elsa Drucaroff es escritora, ensayista, periodista, investigadora y docente. Publicó las novelas La patria de las mujeres. Una historia de espías en la Salta de Güemes (1999) y Conspiración contra Güemes. Una historia de bandidos, patriotas, traidores (2002). Publicó numerosos artículos especializados en revistas académicas nacionales y extranjeras y dos ensayos: Mijaíl Bajtín, la guerra de las culturas (1995) y Arlt profeta del miedo (1998). Dirigió La narración gana la partida, el volumen 11 de la Historia crítica de la literatura argentina (2000), que supervisa Noé Jitrik. Dicta seminarios de literatura y teoría literaria en el ISP Joaquín V. González, de donde egresó, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Colaboró en diferentes medios masivos como periodista cultural. El infierno prometido (2006) es su última novela, por la cual Drucaroff dio conferencias en varias partes del mundo (entre ellas Polonia y Estados Unidos). El año 2008 fue importante para esta novela, ya que se volvió a relanzar en las librerías y se han vendido los derechos cinematográficos.

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5 comentarios:

  1. Para mi el mejor personaje es "El Astrólogo" buenisima la novela de Arlt, espero leer esta pronto...

    Slds!

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  2. Quiero agradecerles. No suelo leer literatura argentina de ahora, pero este artículo y la entrevista con la autora me hicieron ir a buscar la novela. La verdad es que me gustó mucho. El personaje que más me impactó fue el del juez Tolosa. Muy buena novela.
    Saludos.

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  3. ME PARECE EL MEJOR LIBRO QUE HE LEIDO... ME IMPACTARON LAS DESCRIPCIONES... EXCELENTE

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  4. Lucas muchas gracias por tus aportes, personalmente los 3 primeros párrafos de la nota me sirvieron para comprender el argumento sintetizado de la excelente novela que estoy leyendo de Elsa Drucaroff "El Infierno Prometido". Muchas Gracias!

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  5. otro dato: en la novela se dice que godofredo volvia loco a los correctores del diario con los errores ortográficos, cosa que también se dice de Arlt.

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